Morfema Cero

  • 11 piñata girasol

    11 piñata girasol

    TA MEGALA

    Fernando Solana Olivares

    Uno. No somos dueños del tiempo porque el tiempo se nos impone. No somos dueños del espacio pues éste nos determina. Pero somos propietarios de la imaginación que disuelve al tiempo y reconstruye el espacio. ¿Será ello suficiente para tolerar, comprender y encontrarle sentido a la época histórica que nos ha sido dada por el azar o la predestinación a nosotros, los habitantes estupefactos de un período civilizacional que evidentemente ha terminado y de otro que no acaba aún de suceder, cuyo nombre preciso desconocemos, cuyas manifestaciones más tremendas también?

              Dos. So musst du sein (“Así has de ser”), afirma un verso de Goethe titulado “Daimon”, aquel genio, demonio o espíritu que según los griegos guiaba el destino de cada uno: “Así has de ser, no puedes escapar a ti mismo”. Tal escapatoria imposible hoy está situada, antes que al interior del sujeto, en la historia presente, la cual por todas partes, con variaciones cada vez más relativas, se manifiesta igualmente ominosa, depresiva, violenta, inflacionaria, ecocida, catastrófica. Acaso ahora debamos corregir al viejo Goethe para decir: “Así has de ser, no puedes escapar a la época donde por ti mismo fuiste colocado”. No existe entonces un daimon innato de los individuos, sólo una fatalidad global sufrida por todos. Para ponernos de acuerdo sobre el momento, llamémosle tardomodernidad. No es una obra común sino una aflicción común.

              Tres. La modernidad fue el tiempo cuando los dioses abandonaron por completo el mundo. Sus huellas permanecieron en algunas formas del arte, de la música y de la palabra. Ciertos poetas, pensadores y artistas, muy pocos desde luego, mantuvieron contacto mental y expresivo con las divinidades paganas. Uno de los últimos escritores que dejó constancia de ello fue Nabokov en su Lolita, alusión a las Ninfas actuantes todavía bajo otras ropas quizá oscuras. Y dice Roberto Calasso que la verdad esotérica de dicha novela sólo fue expresada por su autor en una breve frase perdida entre sus páginas como la astilla de un diamante: “La ciencia de la ninfolepsia es muy precisa”. Esa ciencia es la literatura.

              Cuatro. Aby Warburg, citado por Calasso, llama “ola mnémica” a la intermitente manifestación de los dioses caracterizada por expansiones y reflujos: son las sacudidas de la memoria que golpean a una civilización en cuanto al vínculo con su pasado. La historia occidental está determinada por esa ola, por su disminución, como ocurrió durante siglos, y por su desbordamiento, como de nuevo empieza a suceder hoy. Aunque Homero advierte que “no a cualquiera se le aparecen los dioses con plena evidencia”. Y su manifestación, según un ilustre lingüista, siempre toma la forma de algo que sucede. Nada más, nada menos.

              Cinco. Y el peligro de tal acontecimiento, según Calasso, uno de los cuantos que de ello saben, es que la epifanía de los dioses resulte arrasadora: “el advenimiento de una auténtica ‘revolución’, o tal vez un poderoso sacudimiento del cielo y de la tierra”.

              Seis. Que de lo anterior abomine la secta racionalista contemporánea, la que por ser la más simple es la más extendida de todas y a la cual el mundo sólo se le presenta bajo su forma material, no demuestra otra cosa salvo que esa secta ideológicamente hegemónica, responsable del crepúsculo histórico y cultural vigente, nunca podrá saber que la tardomodernidad debe entenderse como el tiempo excepcional preñado de advertencias y señales cuando regresan los dioses.

              Siete. Lo constató Ezra Pound: “No habiéndose encontrado nunca una metáfora suficientemente adecuada para ciertos colores emotivos, afirmo que los dioses existen”. Lo escribió Martin Heidegger: “El caos es lo sagrado mismo; lo sagrado es propiamente lo tremendo”. Epoca caótica, época tremenda, época sagrada.

              Ocho. Acaso resulte una cuestión de preferencias inerciales o de posibilidades estrictas. Acaso entrañe la distinción entre “creer”, esa actitud compuesta por los prejuicios serviles de la razón predominante en esta época histórica, y “tener que creer”, aquella facultad intemporal que se define como la predilección del espíritu libre, del yo superior, y a la cual va unido el reconocimiento, el recuerdo de uno mismo, la firme y estable confianza en la verdadera naturaleza de lo real.

              Nueve. ¿Y qué es lo real verdadero: lo que vivimos o lo que imaginamos que vivimos? ¿Es fatal la historia de estos días e infranqueable al modo de una pesadilla de la que no se puede despertar? ¿O es meramente una construcción susceptible de ser abandonada por otro espacio-tiempo, si no tangible de inmediato en una dimensión física cuando menos activo en un plano mental?

              Diez. Se observa que en una época complicada (compuesta de fragmentos sin sentido, como la nuestra), siempre hay que simplificar. Ésta, aunque no lo parezca, es una acción propia del pensamiento complejo (aquello formado por múltiples partes que se influyen entre sí); por ejemplo, imaginar que la auténtica riqueza supone la reducción drástica de la falsa y superflua necesidad.

              Once. Por tal motivo, transitar por el tiempo o envejecer no sólo es ir retirando cosas, sino sobre todo hacer limpieza en la conciencia personal. Llamados o no llamados, los dioses están presentes en el mundo otra vez. El momento es como una piñata que gira al sol. Diría Jünger que a los habitantes del Olimpo les resultan ajenos los récords. Si todo ángel es terrible, todo dios también.   

  • Aforismos

    Aforismos

    Colaboraciones sin permiso

    Franz Kafka

     1. El verdadero camino va por una cuerda que no ha sido tendida en lo alto, sino apenas sobre el suelo. Parece destinada más a hacer tropezar que a que se camine por ella.

    2. Todos los errores humanos son impaciencia, una prematura interrupción de lo metódico, un aparente implantar de la cosa aparente.

    3. Hay dos pecados capitales humanos de los que se derivan todos los otros: impaciencia y desidia. A causa de la impaciencia han sido expulsados del paraíso, a causa de la desidia no vuelven a él. Pero quizás haya sólo un pecado capital: la impaciencia. A causa de la impaciencia han sido expulsados, a causa de la impaciencia no vuelven.

    4. Muchas sombras de los muertos se dedican únicamente a lamer las olas del Leteo, porque proviene de nosotros y tiene todavía el sabor salado de nuestros mares. De asco se resiste entonces el río, su corriente se vuelve hacia atrás y lleva flotando a los muertos de vuelta a la vida. Pero ellos están felices, cantan canciones de gratitud y acarician al indignado.

    5. A partir de determinado punto ya no hay regreso. Es preciso alcanzar este punto.

    13. Una primera señal de que empieza el conocimiento es el deseo de morir. Esta vida parece insoportable; otra, inalcanzable. El hombre ya no se avergüenza de querer morir; pide ser trasladado de la antigua celda, la que odia, a otra nueva que después aprenderá a odiar. Tiene cierta influencia un resto de fe respecto a que, durante el traslado, se presentará casualmente el Señor para ver al prisionero y decir: “No volváis a encerrar a éste. Viene conmigo”.

    14. Si caminaras por una llanura y tuvieras la buena voluntad de andar y, sin embargo, retrocedieras, sería una situación desesperada; pero como escalas una pendiente abrupta, tan abrupta acaso como tú mismo eres visto desde abajo, es posible que también los retrocesos sean causados tan sólo por la condición del suelo, y no tienes que desesperar.

    15. Como un camino en otoño: no bien se lo ha limpiado, se vuelve a cubrir de hojas secas.

    16. Una jaula fue a buscar a un pájaro.

    17. Nunca estuve en este lugar: otro ritmo tiene la respiración, y junto al sol, más resplandeciente que él, brilla una estrella.

    19. Irrumpen leopardos en los templos y se beben el contenido de los cántaros del sacrificio; esto se repite una y otra vez; finalmente se le puede prever y se transforma en parte de la ceremonia.

    22. Tú mismo eres la tarea. No hay ningún discípulo ni a lo largo ni a lo ancho.

    23. Del verdadero adversario pasa a ti un ilimitado valor.

    26. Hay innumerables escondites, pero sólo una salvación; mas, a su vez, hay tantas posibilidades de salvación como escondites.

    * Hay una meta, pero no hay camino; lo que llamamos camino es vacilación.

    * El animal le quita al amo el azote y se azota a sí mismo para llegar a ser amo, y no sabe que eso es sólo una fantasía producida por un nuevo nudo que hay en la correa con que azota el amo.

    30. Lo bueno es en cierto sentido desesperante.

    31. Me esfuerzo por lograr el dominio de mí mismo. Dominio de mí mismo quiere decir: querer actuar en un lugar cualquiera de las infinitas irradiaciones de mi existencia espiritual. Pero si tengo que trazar a mi alrededor tales círculos, entonces es preferible que lo haga pasivamente, con la mera contemplación del enorme complejo, y que solamente me lleve a casa el tónico que da e contrario esta vista.

    32. Las cornejas afirman que una sola corneja puede destruir el cielo. No hay dudas al respecto; pero esto no prueba nada contra el cielo, pues cielo significa, precisamente, imposibilidad de cornejas.

    35. No hay un haber, sólo un ser, un ser que anhela el último aliento, que anhela asfixiarse.

    36. Antes yo no comprendía por qué no recibía ninguna respuesta a mis preguntas; hoy no comprendo cómo podía creer que podía preguntar. Pero yo no creía en absoluto, solamente preguntaba.

    37. Ante la afirmación de que quizá poseía pero no era, su respuesta fue solamente temblor y palpitaciones.

    39b. El camino es infinito, no hay nada que quitar, nada que añadir y, sin embargo cada uno agrega todavía su propia vara infantil. “Ciertamente, tienes que recorrer también esta vara de camino, nada se te va a olvidar.

    44. Te has enjaezado ridículamente para este mundo.

    47. Se les dio a elegir entre llegar a ser reyes o correos de los reyes. A la manera de los niños, todos quisieron ser correos. Por eso no hay nada más que correos, recorren a la carrera el mundo y, como no hay reyes, se gritan mutuamente los partes, que han perdido sentido. Les gustaría poner fin a su miserable vida, pero no se atreven a hacerlo a causa del juramento que han prestado para su cargo.

    50. El hombre no puede vivir sin una confianza duradera en que hay algo indestructible en él; tanto lo indestructible como también la confianza en ello pueden permanecer constantemente ocultos. Una de las posibilidades de que se exprese este permanecer oculto es la fe en un Dios personal.

    52. En la lucha entre ti y el mundo ponte de parte del mundo.

    54. No hay nada más que un mundo espiritual; lo que llamamos mundo sensorial es el mal en el mundo espiritual; y lo que llamamos mal es sólo una necesidad de un momento de nuestro eterno desarrollo.

    * Con la más intensa luz se puede disolver el mundo. Éste se mantiene firme ante los ojos débiles, se avergüenza ante los que son todavía más débiles, y aniquila al que se atreve a contemplarlo.

    55. Todo es engaño: buscar el mínimo de ilusiones, permanecer en lo usual, buscar el máximo. En el primer caso se engaña al bien cuando se quiere tomar muy a la rápida su adquisición, al mal porque se le ponen condiciones de lucha muy desfavorables. En el segundo caso se engaña al bien al no buscarlo ni siquiera en lo terrenal. En el tercer caso se engaña al bien al alejarse lo más posible de él, al mal porque se espera hacerlo impotente al darle el máximo de intensidad. Preferible sería entonces el segundo caso, pues al bien se lo engaña siempre y al mal en este caso no, por lo menos según la apariencia.

    62. El hecho de que no hay nada más que un mundo espiritual nos quita la esperanza y nos da la certeza.

    64/65. La expulsión del paraíso es, en lo fundamental, eterna: pues la expulsión del paraíso es por cierto definitiva, la vida en el mundo es inevitable; pero la eternidad del acontecimiento (o expresándolo temporalmente, la eterna repetición del acontecimiento) hace sin embargo posible que no sólo podamos permanecer constantemente en el paraíso, sino que de hecho estemos allí permanentemente, sin que importe que aquí lo sepamos o no.

    68. ¡Qué cosa hay más alegre que la fe en un dios doméstico!

    69. Teóricamente hay una perfecta posibilidad de felicidad: creer en lo indestructible que hay en uno y no empeñarse por conseguirlo.

    70/71. Lo indestructible es una cosa; todo hombre individualmente es ello, y ello es común simultáneamente a todos, de ahí que haya que concluir que en el mismo hombre hay diversos sujetos.

    77. El trato con los hombres seduce a observarse a sí mismo.

    82. ¿Por qué nos quejamos del pecado original? No hemos sido expulsados del paraíso por culpa de él, sino a causa del árbol de la vida, para que no comamos de él.

    83. No sólo somos pecadores porque hemos comido del árbol del conocimiento, sino también porque no hemos comido del árbol de la vida. De pecado es el estado en que nos encontramos, aparte de la culpa.

    84. Fuimos creados para vivir en el paraíso; el paraíso estaba destinado a servirnos. Nuestro destino ha sido modificado; que esto haya ocurrido también con el destino del paraíso, no se dice.

    85. El mal es una irradiación de la conciencia humana en ciertas situaciones transitorias. No es propiamente el mundo sensorial apariencia, sino lo malo que hay en él, que es lo que forma sin duda a nuestros ojos el mundo sensorial.

    86. Desde el pecado original somos esencialmente iguales en la capacidad de conocer el bien y el mal; sin embargo, buscamos justamente en esto nuestras ventajas especiales. Pero sólo más allá de dicho conocimiento comienzan las verdaderas diferencias. La apariencia opuesta es suscitada por lo siguiente: nadie se puede conformar con el conocimiento sólo, sino que tiene que esforzarse por actuar de acuerdo con él. Pero a tal fin no le ha sido dada la fuerza suficiente, de ahí que tenga que destruirse a sí mismo, aun corriendo peligro de no recibir por ello la fuerza necesaria; mas no le queda otra cosa que este último intento. (Éste es también el sentido de la amenaza de muerte hecha al prohibir que se coma del árbol del conocimiento; quizá tal es también el sentido originario de la muerte natural.) Ahora bien, el hombre tiene miedo de intentar esto; prefiere anular el conocimiento del bien y del mal (la denominación ‘pecado original’ se remonta a este miedo); pero no es posible anular lo ocurrido, sino sólo hacerlo borroso. Con este fin surgen las motivaciones. Todo el mundo está lleno de ellas, todo el mundo visible no es quizá otra cosa que una motivación del hombre que durante un instante quiere descansar. Un intento de falsificar el hecho del conocimiento, de transformar el conocimiento tan sólo en una meta.

    89. Un hombre tiene voluntad libre de tres maneras. En primer lugar, fue libre cuando quiso esta vida; ahora ya no la puede anular, pues ya no es más el mismo que entonces quería aquello, a menos que lo fuera sólo en la medida en que realiza su voluntad de entonces, en la medida en que vive.

              En segundo lugar, es libre en la medida en que puede elegir la marcha y el camino de esta vida.

              Es libre en tercer lugar en la medida en que, como aquel que volverá a ser alguna vez, tiene la voluntad de marchar por la vida en cualquier condición y de encontrarse de esta manera consigo mismo, y por un camino que es ciertamente elegible, pero hasta tal punto laberíntico que no deja sin tocar ni el menor sitio de esta vida.

              Tales son las tres maneras de la voluntad libre; pero como son simultáneas hay también una sola manera, y es en lo fundamental tanto una sola que no hay lugar para ninguna voluntad, ni para la libre ni para la sierva.

    90. Dos posibilidades: hacerse infinitamente pequeño o serlo. Lo segundo es perfección, por tanto inactividad; lo primero, comienzo, por lo tanto acción.

    93. ¡Psicología por última vez!

    103. Puedes mantenerte alejado de los sufrimientos del mundo, ello queda a tu criterio y está de acuerdo con tu naturaleza; pero precisamente es este mantenerse alejado el único sufrimiento que podrías evitar.

    106. La humildad les da a todos, hasta al que desespera en la soledad, la más firme relación con los congéneres, y por cierto en seguida, cuando se trata de una humildad total y duradera. Sólo se puede conseguir ésta porque es el verdadero lenguaje de la plegaria: simultáneamente adoración y la más firme unión. La relación con los otros hombres es la relación de la plegaria, la relación consigo mismo es la relación del esfuerzo por superarse; de la plegaria se toma fuerza para este esfuerzo.

    * ¿Acaso puedes conocer otra cosa que engaño? Una vez que se aniquila el engaño ya no te está permitido ver, o te transformas en una estatua de sal.

    108. “Entonces volvió a su trabajo como si nada hubiera ocurrido”. Ésta es una observación corriente para nosotros debido a una confusa cantidad de antiguas narraciones, aunque quizá en ninguna aparece.

    109. “No se puede decir que nos falte fe. El simple hecho de nuestra vida, en su valor de fe, no puede ser agotado”. “¿Habría aquí un valor de fe? ¡Pero si no es posible no vivir!” “Justamente, en este ‘no es posible’ se encuentra la insensata fuerza de la fe; en esta negación adquiere forma”.

    * No es necesario que salgas de casa. Quédate junto a tu mesa y escucha. Ni siquiera escuches, espera. Pero ni siquiera esperes, quédate completamente quieto y solo. Se te ofrecerá el mundo para el desenmascaramiento, no puede hacer otra cosa, extasiado se retorcerá ante ti.

    Traducción de Oscar Caeiro

    Franz Kafka Aforismos Sabiduría súbita

  • Lennon no cumplió 64 años

    Lennon no cumplió 64 años

    TA MEGALA

    Fernando Solana Olivares

    Nosotros, aquellos que fuimos, estamos a punto de dejar de ser. Mera impermanencia, como resultan las cosas: el paso del tiempo sobre la espalda. El 9 de octubre de 2004, John Lennon habría cumplido sesenta y cuatro años, según la memorable canción que compusiera con Paul McCartney, incumplida para él a los cuarenta años de edad, cuando fue asesinado en Nueva York por Mark David Chapman bajo la arcada del edificio Dakota a las once de la noche del 8 de diciembre de 1980.

            El 4 de noviembre de ese año, día de las elecciones presidenciales ganadas por Reagan, Lennon especuló que éste sería muerto en un atentado y que el siniestro George Bush terminaría apoderándose del gobierno. Recordó entonces al amable pero un poco despistado presidente Carter, al que junto con Yoko había conocido en la Casa Blanca durante un baile inaugural. Después habló con su hijo Julian por teléfono desde Londres, quien le pidió dinero, como solía exigirlo, haciéndole sentir, como solía sentirlo, que sólo le interesaba para eso. La conversación fue áspera y él se encabronó.

              Antes, el 9 de octubre, en su principesco departamento del edificio Dakota, Lennon despertó con las felicitaciones de su cumpleaños cuarenta transmitidas por la radio. A pesar de ser una fecha esperada con expectación, el Gran 40, como le llamaba, festejó modestamente en la cocina con Yoko, su hijo menor Sean y el personal de servicio. Pastel, velas, deseos, regalos, mientras Yoko no dejaba de hablar por teléfono para supervisar la edición y mezcla de Double Fantasy, el disco que estaba a punto de aparecer.

               Más tarde el pequeño Sean subió con su nana a la azotea del edificio para mirar el espectáculo de los fans, más nutrido que de costumbre, quienes cantaron “Feliz cumpleaños” para John. Cuando alguien en la multitud gritó al niño preguntándole por su padre, éste contestó que no podía subir porque estaba dormido. Pero no era así: había salido con Yoko a hacer la remezcla final del disco, tarea que les llevaría hasta el amanecer.

              El disco lo puso paranoico. Lennon tenía la sensación de que sus mejores tiempos ya habían pasado y que no volvería nunca a ser el primero en la música de rock. Llevaba veinticinco años en el camino y a menudo pensaba en retirarse para dejar a Madre, como llamaba a Yoko en ocasiones concluyentes, a cargo de los negocios y del torbellino mediático exterior. Leía sobre sí mismo artículos como el de Esquire de noviembre que se anunciaba así: “Un sabueso literario enviado para acechar a la Morsa evasiva descubre que el Beatle perdido es un hombre de ninguna parte (nowhere man).” Lawrence Shames, el articulista, lo satirizaba como un hombre de negocios maduro e inaccesible y dueño de 150 millones de dólares, antes que como un músico singular o un artista vigente.

              Con motivo de su cumpleaños, su tía Mimi, con quien John había vivido en la adolescencia, le envió una carta que lo hizo salir de sus cabales. Estaba llena de críticas, como era costumbre desde aquellos años, cuando ya la tía Mimi desaprobaba la forma de vida de ese joven sobrino sin padre y abandonado por la madre que ella había recogido. Su tempestuosa relación se había atenuado, pero la tía conservaba la capacidad de irritarlo.

              Procedió a contestarle en una carta que nunca mandó. En ella le comunicaba que dado que jamás le habían gustado ni sus amigos ni su estilo de vida, y porque conservaba su sólido sentido común, él nunca había escrito sus canciones para mentes victorianas ni para tías criticonas. Al final de la respuesta se jactó de no depender de gente tan retrógrada para vender su música, porque de ser así ahora viviría jodido en Liverpool con ella.

              Su horóscopo lo había previsto. Era Libra-Acuario y lo consultaba regularmente. Casi a diario abría el periódico y buscaba el suyo, el de Yoko y el de Sean. Su relación con Madre había mejorado pero ella pasaba mucho tiempo fuera de casa, dirigiendo su empresa, grabando discos, editando videos, representando la marca familiar. Sólo que Double Fantasy era uno de los discos más vendidos y una de sus canciones, “Starting Over”, alcanzaba el número cuatro de las listas, más allá de sus prevenciones negativas, pero tal y como eran sus más íntimos deseos. Estaban ocurriendo cosas que lo llevaban a creer que la Divina Providencia existía: los cientos de miles de copias de la canción vendidas en Inglaterra, ese su país que maltratara a Yoko, resultaban una reparación.

              La Divina Providencia, mientras tanto, también estaba en Honolulú, dejando de la mano a Mark David Chapman, un hombre miserable atrapado en un destino de diez millones de turistas, casado con una japonesa mucho mayor, sin oficio ni trabajo, electrizado por la novela de J. D. Salinger, El guardián entre el centeno, que lee compulsivamente una y otra vez y de cuyo héroe literario, Holden Caufield, se cree una especie de avatar. Y obesionado con un Lennon al que percibe rico y exitoso en demasía. Pero además hipócrita en sus letras: “Todo lo que necesitas es amor.” Sí, cómo no. “Imagina que no hay posesiones.” Sí, cómo no.

              Aquello se mezcla en la biblioteca donde Chapman se refugia para paliar el insoportable calor del día hawaiano. Pide una edición de su libro mántrico, El guardián, aunque lleva la suya en el grasoso bolsillo. Como alguien lo sacó prestado, a cambio le entregan una biografía fotográfica de Lennon, su objetivo. Deriva entonces en responsabilizarlo de una conjura colosal: aquella música que él mismo tanto amara no era verdad y Lennon había lucrado con ese engaño, lo seguía haciendo para destruir las vidas de quienes, como Chapman, descubrían tal falsedad.

              La envidia viscosa se derritió en la chabola del infierno honoluleño, Chapman no pudo más, consiguió una pistola, tomó algunas disposiciones, dejó una nota de despedida a su enigmática esposa, voló en avión y se apostó afuera del edificio Dakota, un decorado brujeril que lo estimulaba, para cazar a Lennon con la novela talismán en el interior del abrigo presionando su pecho y la mano empuñando el arma dentro del bolsillo.

              La última anotación de Lennon en su diario, por la mañana, fue una línea poética copiada del victoriano Robert Browning, de quien John creía ser reencarnación: “¡Envejece sólo conmigo! /Lo mejor aún está por venir.” Resultó otra premomición fallida: ni llegar a los 64 años ni envejecer junto a Yoko. Después posó desnudo en posición fetal para unas fotografías ahora legendarias, dio una entrevista de radio en la que habló de sus costumbres familiares, y trabajó varias horas con Yoko en el disco “Thin Ice.” 

              Cuando Lennon volvió con su mujer al Dakota el destino lo alcanzó a la entrada y el homicida Chapman lo mató a tiros. Por ello nunca podrá cumplir aquella cifra premonitoria. Ni siquiera su biógrafo Robert Rosen, del que proviene mucha de la información utilizada en este texto, conjetura lo que hubiera sido de la Morsa a esa respetable edad. Esperaba con ansiedad cumplir 50 años porque quería hacerse cargo de su rostro —según una frase que atribuía al escritor George Orwell y le encantaba repetir—. Así que a las once de la noche de ese 8 de diciembre murió teniendo un inolvidable semblante de cuarentón. Hasta la fecha Mark David Chapman sigue preso, y su rostro, según dicen quienes lo han visto, sólo provoca compasión.

  • Once consideraciones sobre el morir

    Once consideraciones sobre el morir

    TA MEGALA    

     Fernando Solana Olivares

    I. La proximidad con la muerte es ajena para el pensamiento moderno. Considerarla una puerta que se abre es violentar la metáfora esencial que la define como lo contrario: no un cambio de estado sino un irreparable final. Dos actitudes pueden distinguirse ante ella: apartarla del pensamiento para vivir creyéndose libres de su servidumbre o, por el contrario, sentir que se vive con más fuerza e inteligencia acechando a la muerte en cada una de las tantas señales que hace a través de las sensaciones internas de la conciencia y los azares del mundo exterior.

    II. La primera postura se encuentra en todas partes: el horror ante la muerte y la negativa a afrontar su inevitabilidad son el credo del individuo contemporáneo. Nadie acostumbra hacer ahora lo que la ética samurai enseñaba hace siglos a sus adeptos: “Morid con el pensamiento cada mañana y ya no temeréis morir”, porque la muerte es la extinción del cuerpo y con el cuerpo está relacionado, como nunca antes en la historia humana, el sentimiento de identidad personal.

    III. Algún maestro de la antigüedad afirmó que la filosofía es el registro de los intentos del hombre por relacionarse con la muerte. Aunque pensadores contemporáneos tan irreprochables como Wittgenstein no lo creyeron así: “La muerte no es un evento de la vida: no se vive la muerte”, escribió, como si fuera un hecho que no concierne a la existencia. Pero si esa palabra estuviera ausente del vocabulario humano mucho de su mejor arte no existiría, quizá tampoco sus religiones, porque la muerte enseñó a los hombres el sentido de lo trágico y los obligó a preguntarse por el más allá. Sin embargo, la muerte ya no está en la vida: ahora ocurre en los purgatorios modernos que se llaman hospitales, entre torturas médicas que se consideran inevitables así se sepan inútiles.

    IV. La divisa imperial de los años finales del emperador Adriano, contados por Margarite Yourcenar, es Patientia. Paciencia para esperar la muerte y resignarse a sus estragos que avanzan por el cuerpo, reino indefenso; paciencia para esperar la revelación final que la muerte trae consigo. Luminoso, hasta el instante último dueño empecinado de sí mismo, Adriano convoca a su alma, “huésped y compañera”, a morir despierta, con los ojos abiertos. Tal invitación no es una desmesura: vivir con los ojos cerrados, como se hace en nuestros días, es morir en la oscuridad.

    V. Zenón, en cambio, el médico alquimista del siglo XVI, oscuro y sombrío, precipita por mano propia el tránsito, con precisión de cirujano abre sus venas y observa la agonía. Esas dos muertes, que no son excluyentes ni contradictorias, son también las de la propia autora que las imaginó. Distintas entre sí nada más en los detalles, las tres son lentas y propias, nadie interviene en ellas para alterarlas o para adormecer la conciencia natural que buscaba Montaigne, el hombre que en Occidente más se pareció a un filósofo taoísta. Julio César deseó morir súbitamente. Yourcenar pidió una cadencia distinta y la obtuvo. En su muerte está la cifra de su vida: pasar de la inteligencia que discrimina a la conciencia que engloba, dirigirse hasta el final en el sentido de las cosas.

    VI. Cuando el poeta Eliseo Diego escribe que “La muerte es esa pequeña jarra, con flores pintadas a mano, que hay en todas las casas y que uno no se detiene a ver”, alude a dos características esenciales de una costumbre que suele tener la gente, como diría la milonga borgiana: su condición general —afirmar que la jarra está en todas las casas es una variante poética del conocido silogismo: “Todos los hombres son animales; todos los animales son mortales; por lo tanto, todos los hombres son mortales”—, y la perseverante negativa a reconocer esa condición —la muerte siempre le ocurre a los otros, por eso el hombre común la ignora y el poderoso envía a los demás a ella: la desvía de sí—. Sólo que el poeta acierta: todos nos vamos a morir. ¿No valdría la pena entonces mirar desde ahora la jarra?

    VII. Esa fue la tesis central, el pródigo lugar común de un afamado conferencista médico en alguna ocasión: “todos nos vamos a morir”, reiteró una y cien veces, mientras su mujer, sentada en la primera fila del auditorio, se maquilló sin ningún recato durante la exposición magistral, utilizando pinzas, algodones, sustancias y afeites que profusamente sacó de una pequeña maleta puesta sobre su regazo, como si en la generalización del marido ella no quedara incluida. El hombre concluyó su disertación entre aplausos admirativos sin decir lo que parecía evidente: “todos, menos mi esposa, nos vamos a morir”.

    VIII. “La realidad no sólo es más fantástica de lo que pensamos, sino también mucho más fantástica de todo lo que podamos imaginar”, escribió el biólogo Haldane, para reiterar la noción poética que establece la existencia de los muchos, incuantificables mundos que están en éste, donde lo invisible se manifiesta en lo visible, así nuestra ceguera cultural materialista se empeñe en ignorarlo. Los símbolos más simples reiteran que la pérdida de la individualidad que designamos como muerte no es una extinción sino una metamorfosis: aquí cayó el telón porque en otro lugar se levanta, donde se cerró una puerta en algún sitio se abrió. Es como el sol, cuyo ocaso acá es un orto al otro lado. Dos requisitos hay en esto: comprender los símbolos y aceptar que existe un más allá.

    IX. La muerte es triste, la muerte es necesaria. Sin ella, el tiempo se volvería insoportable. Pero la muerte es insoportable porque nuestra cultura racionalista ha negado que morir signifique una reintegración en la conciencia cósmica, ya que considera inverificable tanto la existencia de dicha conciencia como la posibilidad de la vida después de la muerte. La confianza occidental en la razón, tan prominente desde fines del siglo XVII hasta ahora, destruyó la confianza religiosa en la revelación, que conducía hacia la muerte y consolaba de ella dándole un sentido, así fuera devocional.

    X. Antes la vida era una preparación para la muerte y cuatro fines debían cumplirse en cualquier existencia cabal: el placer físico, la familia, la ley moral y la liberación, es decir, el bien morir. Hoy predomina sobre todos los otros fines el primero, que se entiende como la única forma aceptable de la felicidad: es el éxito, la ideología más falsa en circulación. A pesar de ello, nuestra cultura mediática predica la violencia y la destrucción sistemáticas, sus héroes son flagrantes homicidas y sus complacencias nihilistas exaltan la sangre y el horror. Hoy la muerte es electrónica y conduce la programación.

    XI. Ladislau Boros, un teólogo católico, afirma que la muerte no es una separación sencilla del cuerpo y el alma, sino un proceso de transformación integral que afecta también el interior del alma. De ahí que el apego al yo sea su obstáculo central: quien muere resistiéndose a la muerte puede convertirse en un ánima en pena, en un fantasma desgraciado. La conciencia es un singular cuyo plural se desconoce, una ilusión en una galería de espejos. Bienaventurada es la muerte porque bienaventurada es la vida. A fin de cuentas, todo consiste en salir de una para entrar a la otra con los ojos abiertos. 

  • Morir… ¿a qué edad?

    Morir… ¿a qué edad?

    Textos sin permiso

    Henri Brunel 

    El hombre tiene el destino de la chispa.
    Louis Aragon, Elsa

    Ryokan, el poeta del siglo XVIII, el San Francisco de Asís del budismo, que sabía hablar a las plantas, los insectos y los pájaros, era conocido en el Japón por su sabiduría y la eficacia de sus kitos (ceremonias para que sea atendido un voto). De todas partes del país acudían a consultarle y a pedirle que intercediera ante los dioses.

           Y resultó que una mañana se presentó ante su choza de ramas un honorable monje, muy delgado y reseco por la edad.

           —Me honra tu visita, santo monje —dijo Ryokan—. Tu fama de bondad ha llegado hasta aquí. ¿Qué deseas?

           —Quisiera un kito —dijo el hombre, acariciándose la barba, corta y blanca.

           —Con mucho gusto —dijo Ryokan—, ¿y qué deseas?

           —Quisiera que mi vida sea larga…

           —¿Qué edad tienes?

           —Ochenta años desde la última floración de los cerezos.

           —¿Y hasta qué edad tengo que pedir a los dioses que se prolongue tu vida?

           —Cien años. Cien años me parece una buena cifra; sí, cien años está bien.

           —Estoy asombrado por la modestia de tu petición —dijo Ryokan—. Si has venido de tan lejos para pedirme este kito, ¿por qué contentarte con cien años?

           —La verdad es que incesantemente voy prodigando a mi alrededor sabiduría e influencia benéfica —suspiró el visitante—; ¡qué no haría si viviese más! Digamos ciento veinte o ciento treinta; o pongamos una cifra redonda: ciento cincuenta años. ¿Es posible?

           —Por supuesto —dijo Ryokan—; entonces decimos ciento cincuenta años. Mis kitos son muy precisos, de modo que te voy a preparar uno para ciento cincuenta años exactamente. Pero ¿lo has pensado bien? Tienes ochenta años: te quedarían por vivir setenta, menos de lo que has vivido; pero bueno, eso es lo que deseas, y tú eres un hombre sabio y poco exigente.

           —Espera un momento, ahora que lo dices —interrumpió el octogenario—. Es verdad que setenta años son pocos, porque estos primeros ochenta años se me han pasado como un sueño, y me parece que fue ayer cuando jugaba con mis hermanos y hermanas en el jardín de mis padres.

           —La segunda parte de la vida —señaló Ryokan— es como la otra vertiente de la colina, se baja más deprisa de lo que se ha subido.

           —¡De acuerdo, me rindo a tus argumentos, sabio Ryokan, hazme un kito para… digamos… trescientos años!

           Ryokan se rascó la cabeza y después se quedó inmóvil.

           —Bueno, ¿qué estás esperando? —preguntó impaciente el visitante—, ¿mi petición es excesiva? —añadió inquieto.

           —No, no, estaba pensando —dijo Ryokan—. En el fondo, ¿por qué pararte en trescientos años? Cuentan que hay tortugas que viven mil años, y las grullas… ¿Por qué solo trescientos?

           —¿Mil años? Buenooo… al fin y al cabo…, la perspectiva no carece de alicientes. ¡Tengo tantas buenas acciones que hacer, y podría hacer tanto bien en mil años!

           Ryokan estaba inmóvil y parecía perplejo.

           —Santo monje —dijo Ryokan—, sopeso tus palabras y me doy cuenta de lo valiosísima que es tu vida; la mejor solución sería que no murieses.

           —¿Podrías hacerme un kito que me impidiese morir?

           —¡Sí, pero sería muy caro, carísimo, y muy difícil!

           —Estoy dispuesto a pagarte lo que haga falta, a practicar los más duros ejercicios. Me has convencido, noble Ryokan: te lo ruego, haré cuanto exijas, pero hazme el kito que me hará inmortal.

           A partir de aquel día, Ryokan tuvo en su humilde cabaña de ramas a aquel viejo procedente del norte. Cortaban juntos la madera, iban juntos a buscar el agua al río, dormían en el mismo suelo de tierra apisonada, y rezaban y meditaban durante largas horas. Se comían el bol de arroz o se reían al contemplar el vuelo de un arrendajo torpe. En primavera, Ryokan compuso unos poemas:

                                Este mundo

                                no es otra cosa

                                que flores de cerezo.

           Y también:

                                 El ruiseñor

                                 me despierta del sueño,

                                 mi arroz en la mañana.

           O bien:

                                 La barca del arroz

                                 se dirige

                                 hacia la luna del tercer día.

           Así fueron pasando un invierno, una primavera y un verano.

           Una tarde de final de verano, estaban sentados los dos ante la cabaña, contemplando la primera bandada de ocas salvajes, cuando Ryokan dijo:

           —Mañana voy a proceder a la ceremonia del kito que te hará inmortal, como habíamos convenido.

           —La verdad es que ahora no entiendo —dijo el octogenario soñador acariciándose la barba, ya muy crecida— por qué te pedí aquel kito.

                                                    *

           Lo finito es lo infinito, y lo infinito es lo finito. El presente es la eternidad.

    Tomado de Los más bellos cuentos Zen, José J. de Olañeta, Editor, Palma de Mallorca, España.

  • El elefante y el Zen

    El elefante y el Zen

    TA MEGALA

    Fernando Solana Olivares

    Los sabios dicen que ha de caminarse mucho para descubrir que los remedios están en casa.

           Esa es la forma abreviada de aquel cuento jasídico que se conoce como paradoja de la proximidad: un soñante sueña que en el puente de acceso al castillo del rey de una ciudad lejana encontrará un tesoro. Hace grandes esfuerzos para alcanzarlo. El capitán de la guardia lo increpa viéndolo vagabundear por ahí, y al escuchar su historia acaba confesándole, llamándolo iluso, su propio sueño: el tesoro que está debajo de una baldosa en un patio cuya descripción es idéntica al patio de la casa del soñante. Éste le da las gracias, regresa a ella, lo busca donde dijo el otro y lo encuentra.

           Por tales razones uno puede encontrarse un libro revelador en la pequeña y única tienda de periódicos del pueblo, que reúne conferencias de un importante estudioso, practicante y divulgador del pensamiento oriental, Alan Watts: ¿Qué es el Zen?, perdido y semioculto entre revistas de chismes, artistas y trivialidades.  

           Dicho encuentro suele ocurrir cíclicamente. Cada tanto el Zen se presenta así en la vida de quien esto escribe, de manera inesperada, de manera Zen. Y el Zen, dice Watts, es un método para volver a descubrir la experiencia de estar con vida.

           El pequeño volumen agrupa las últimas conferencias que Watts dio a un grupo de estudiantes en seminarios de fin de semana impartidos en su casa flotante, la barca SS Vallejo fondeada en Sausalito: el Zen es como el agua, el maestro vivía sobre ella.

           Sin ningún lenguaje discursivo, tan lacónico y directo como su mismo objeto de conocimiento, el libro de Watts es un diálogo sobre la sabiduría que la práctica del Zen se propone alcanzar mediante una forma de liberación que tiene características básicas (compartidas por otras disciplinas espirituales): un despertar a la unidad o esencia de la vida y una interiorización espiritual del campo semántico inagotable que llamamos Dios, una totalidad, dejando de considerarlo externo a la conciencia.

           ¿Liberación de qué? De un sentimiento profundo de separación con las cosas, con las gentes, con nosotros mismos. Para el Zen la mente humana no es una entidad separada que observa el proceso de la vida desde afuera, sino que está involucrada porque forma parte integral de él. El conflicto que esta mente racional establece con el fluir de la vida, una entidad separada que cree que debe dominar y conquistar, sólo es una desdichada ilusión creada por ella misma.

           Esta ilusión, dice el sensei Watts, surge debido a que la mente es parte de este patrón que fluye, pero como tiene la capacidad de representar estados anteriores de ese patrón a través de la memoria cree que es sólido, fijo, permanente.

           El Zen afirma que uno no puede ser consciente de la estructura básica del mundo porque es parte de ella, así como el pez tampoco es consciente del agua en la que vive. De ahí se desprende ese dejar de aferrarse a uno mismo que enseña el Zen, pues tal identidad construida responde a una muy estrecha visión: la de la persona que cada uno cree ser, un mero producto de una convención social.    

           Sus caminos son dos: la meditación sedente y el colapso de la mente lógica. Esto último se logra mediante el koan, enigmas que no tienen solución cartesiana y pueden conducir a la mente a la comprensión súbita de lo real. Watts cita el texto Zen El caminosencillo, el camino difícil para ilustrar la sutil esencia y el juego de contrarios de esta doctrina:

           “Si alguien pregunta sobre asuntos sagrados, respondan siempre con términos profanos. Si se les pregunta sobre la realidad última, respondan en términos de la vida cotidiana. Si se les pregunta sobre la vida de cada día, respondan con términos de la realidad última”.

           Para lograr la comprensión del Zen, afirma Watts, pueden emplearse tres minutos o treinta años. Occidente se atormenta por descubrir esos tres minutos. A Oriente no le importa. El secreto del Zen es dejar de hablar con uno mismo, silenciar el diálogo interior. Dicho a la manera Zen: dejar de hablar para tener algo que decir.

           Existen artes adyacentes del Zen que pueden cultivarse, desde la ceremonia del té, la pintura y los arreglos florales hasta el tiro con arco, las artes marciales o la esgrima. La Doctrina alegre, como se le conoce, aconseja buscar en la propia naturaleza de la mente, más allá del intelecto.

           El Zen es una forma superior de curación para el dualismo de la conciencia, una atención plena directa y total al momento presente.Un cuento zen de origen indio, “Renki, el elefante”, así lo ilustra:

           “Ryoto, joven monje budista, se quejaba de no poder mantener la mente en reposo. Su mente saltaba sin parar, como un cabrito…

           “—O como un elefante salvaje —dijo el viejo maestro Zen. Y le contó una historia:

           “Renki era un elefante salvaje que capturaron a la edad de tres años. Cuerpo de color gris claro sin mácula, defensas largas, finas y puntiagudas, orejas de perfecta forma triangular, un hermoso macho al que su amo, un comerciante de elefantes amaestrados, esperaba vender a buen precio al señor del reino. Sujetaron a Renki a una estaca, al cabo de una cuerda muy sólida. El joven elefante empezó a debatirse con energía, con furia; coceaba, pisoteaba salvajemente la tierra con sus pesadas patas, lanzaba bramidos que partían el alma. Pero la estaca estaba bien clavada, y la cuerda era gruesa. Renki no podía soltarse ni de una ni de otra. Entonces le entró una rabia desesperada, mordía al aire, con la trompa alzada, bramando lastimeramente hacia el cielo. Se agotaba de tantos esfuerzos y gritos.

           “Y de repente, una mañana, Renki se serenó, ya no volvió a tirar de la cuerda, ni a maltratar el suelo a cuatro patas, no volvió a hacer temblar los alrededores con sus bramidos. Entonces el amo lo soltó. Pudo ir de un lugar a otro, llevando un barril de agua, saludando a todo el mundo, prestando servicio a la comunidad. Fue feliz y libre.

           “—Tu pensamiento es como un elefante salvaje —dijo el maestro. —Coge miedo, salta en todos los sentidos y brama a los cuatro vientos. Tu ‘atención’ es la cuerda, y el ‘objeto escogido para tu meditación’ es la estaca clavada en el suelo. Serena tu pensamiento, domestícalo y conocerás el secreto de la verdadera libertad.

           “El maestro explicó al joven monje esa meditación, diciéndole: —La estaca es la respiración: inspira, espira, sin cambiar cosa alguna; tú eres esa respiración, que viene y va, que sube y baja, sin cesar, sin cansancio, que viene y va… La cuerda es la atención: observas —sin impaciencia, sin ira, sin juzgar, sigues con mirada interior, benevolente y neutral— esa respiración que viene y va. Si tienes ganas de moverte, de dar patadas, de bramar como Renki, contemplas tus pensamientos, tus emociones, que te sacuden y te arrastran, y tú no te implicas, dejas que las cosas vengan, y dejas que se vayan. Y todas las iras, todas las impaciencias se disipan como el humo. Y vuelves a mirar el aliento que viene y va…”

           Un haikú de Soseki, poeta del siglo XIX, dice:

           He arrojado esa cosa minúscula

                       que llaman “yo”

            y me he convertido en el mundo inmenso.

             Eso es el Zen.

  • El pesimismo de ayer

    El pesimismo de ayer

    TA MEGALA

    Fernando Solana Olivares

    Tiempo atrás, menos de diez años, ocurrió un encuentro en Zúrich que documentó el periodista Javier Ayuso en El País. Ahí Dirk Helbing, un académico suizo, hizo dos preguntas que conmocionaron a los presentes, sembrando el pesimismo entre ellos y dejándolos en silencio: ¿quién gobernará en un mundo roto? y ¿cómo responder a los riesgos de la inestabilidad total?

           Volvió a suceder entonces lo que Sloterdijk define como “angustiosas conferencias a bordo de un barco que surca un mar de ahogados”, y los participantes del encuentro se vieron obligados a nombrar el agua turbia de la situación actual. Es curioso: la positividad impuesta por el neoliberalismo posmoderno (su “me gusta” como única posibilidad) no logra impedir que en cualquier reunión de más de tres gentes se discuta la amarga condición de estos instantes tan nietzscheanos: o nos aniquilamos o nos volvemos más fuertes como única posibilidad.

           Si a la boca —sugiere el chiste filosófico— viene la palabra “apocalipsis”, pronunciarla es la mejor estrategia para gestionarlo. Y aunque el tono entre grave y conminatorio de los participantes dejó al final de la reunión una atmósfera de pesadumbre en el público, “pocas razones para el optimismo”, el mero hecho de enunciar las circunstancias vigentes fue un primer paso de su eventual solución.

           Elif Shafak, pensadora turca, denunció Internet y su pancake del conocimiento: “poco profundo y muy desparramado”. Una cultura superficial que usualmente proviene de sus propias fuentes, no muy confiables, y que ha fracturado la tradición ilustrada del conocimiento moderno. Una herramienta de liberación devenida en lo contrario. Moisés Naím habló de una revolución de las tres emes que ha puesto al poder y a las certezas en crisis: la del más, la de la movilidad, la de la mentalidad. Más de todo, más movimiento de personas, más mentalidad inconforme entre la gente.

           Se mencionó una nueva lucha de clases: el pueblo contra las élites, que son directamente cuestionadas junto con el sistema mismo y la democracia representativa. O el surgimiento de posiciones populistas que abarcan todo el espectro político. Robert Kaplan, otro participante, tuvo una intervención shakespeariana: “Se evitan las tragedias pensando de forma trágica”, dijo, al recorrer la nómina de perturbaciones y guerras de baja o alta intensidad que están en curso ahora como la guerra cibernética.

           No faltó quien recordara, para edulcorar el poco halagüeño panorama, los alcances positivos de la globalización, la reducción de la desigualdad en naciones emergentes o la mejora de ciertas condiciones de vida.  Branko Milanovic, el optimista, advirtió que habría futuro sólo si se afronta esta era inestable con otras tres transformaciones profundas: la ecológica, la digital y la financiera. Mencionó una palabra con alma, así la conjugara en un mañana todavía condicionado e impreciso: habría futuro.

           La lluvia que cayó después del encuentro oscureció el color de las piedras centenarias de la ciudad y encrespó con pequeñas ondas metálicas el río que la divide.

           Dos hombres que habían presenciado el encuentro caminaban comentándolo. Después de aquella tarde de preguntas sin respuesta y conclusiones imposibles de alcanzar, iban platicando que los significados históricos de optimismo o pesimismo —“palabras que sólo definen actitudes sentimentales”, acotó uno de ellos— siguen en erosión. Otros términos que van vaciándose de sentido a gran velocidad.

           Entraron al Café Rousseau y su caldeada atmósfera los confortó. Los dos estuvieron de acuerdo, sentados a una mesa, en que la palabra más precisa para definir las horas actuales era “realismo”. Y que eso requería poseer temple. Exploraron la facultad necesaria para practicar un sano realismo: arrojo, valentía, contención, fuerza. Toda virtud es energía. Por eso, dijo uno, se pregunta ¿hay buen temple? para saber cómo está alguien más. Temple, templo, templanza, que es una virtud cardinal.

            Acabaron hablando de la vida y su inagotable variedad. El realismo resulta un encuentro directo con lo que aparece, porque en él cabe cuanto hay. Así que no sólo la época histórica y sus males andaban por ahí. También los pequeños gestos, los tragos, la sosegada plática, la noche que despacio iba cayendo entre los dos. 

           Al día siguiente se marcharían y no han vuelto a verse. Ayer uno de ellos observó en la vitrina de una librería un libro sobre la Orden del Temple y recordó aquello que aquí se contó.

           Siete años atrás resulta todo el tiempo del mundo. Hoy aquel encuentro simplemente no tendría lugar pues la fase de estos días es más avanzada, un proceso general de derrumbe donde lo prioritario es lo perentorio: una época en disolución.

  • Novelas escandinavas

    Novelas escandinavas

    El laberinto del mundo

    José Antonio Lugo

    En otro Laberinto hemos repasado el extraño caso de la literatura islandesa. Islandia es una isla y su literatura es otra ínsula. Ahora toca el turno a Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia. 

    1. Noruega

    Kristina Lavransdatter es una trilogía que le permitió a Sigrid Undset ganar el Premio Nobel de Literatura. Recordemos que los premios de las primeras décadas del siglo pasado se concedían a novelas naturalistas. Esta monumental obra de más de mil páginas es un fresco que pinta a la Noruega del siglo XIV, en el contexto del sufrimiento de la protagonista ante las visicitudes de la vida desde su fe católica. Una obra excelente que nos adentra en la conciencia de los noruegos de ese siglo, en sus costumbres y en la interioridad femenina de Kristina.

    La gran novela noruega es Bendición de la tierra, de Knut Hamsun, a quien Bashevis Singer llamó “el padre de la literatura moderna” y que inspiró a Hesse, Kafka y Thomas Mann. Isak e Inger, los protagonistas, trabajan duro la tierra; reciben sus dones y padecen sus sinsabores. Además, sus obras Hambre y Pan anticipan el existencialismo. Su caso es fascinante, porque fue colaboracionista nazi. Sin embargo, los noruegos hace poco le erigieron un museo. No lo indultan ni lo idealizan, reconocen el valor de su obra y los claroscuros del ser humano. 

    Por su parte, la novela Trilogía de Jon Fosse, nos retrata una historia triste. Unos jóvenes se ven, se gustan, ella se embaraza… y no encuentran nadie que les tienda la mano, les regale un pedazo de pan o les ofrezca albergue, lo que va a conducir al muchacho a robar y asesinar, a huir con su mujer y su hija a otra ciudad, hasta donde lo encontrará una suerte de inspector Javert (el policía de Los miserables) para llevarlo al cadalso. ¿Su mujer y su hija? Ella se venderá al pequeño burgués que la quiere en su cama y que a cambio les dará casa y sustento. Pero ella se adentrará en el mar, como Alfonsina Storni… 

    1. Suecia

    La gran escritora francobelga Marguerite Yourcenar apreciaba a dos mujeres escritoras: la japonesa Murasaki Shikibu y la sueca Selma Lagerlof. Tradujo a una tercera: Virginia Woolf y su obra Las olas.

    El maravilloso viaje de Nils Holgerson nos cuenta el viaje de un año que realiza el pequeño Nils sobre el cuello de una oca, viajando al Norte por el Oriente y descendiendo de Laponia por el Poniente. En el camino, Nils dejará de ser un niño maldoso y aprenderá de los animales la empatía y el respeto a la vida, dentro de la cual la muerte es natural y parte del proceso. Al final de la novela, recupera su forma humana. “Sólo una bandada voló en silencio mientras él pudo seguirla con los ojos. Nils tuvo una sensación tan dolorosa que casi hubiera preferido continuar siendo un hombre pequeño, para poder viajar por encima de la tierra y del mar con una bandada de patos silvestres”. 

    Las novelas de Henning Mankell son de lo mejor en el género policiaco. Su lectura, en el orden en el que aparecieron publicadas, nos permite ver cómo la violencia en Suecia se fue incrementado de forma exponencial. Esas novelas están en la serie Wallander, producida por los suecos -se puede ver en Film & Arts-. Al final de su vida, con un cáncer terminal, Mankell escribió en Arenas movedizas cómo La consagración de la primavera, de Stravinsky, en su estreno, y la versión en ballet de Pina Bausch, la gran bailarina, muchas décadas después, confirman que el arte es la más poderosa manifestación en contra de la barbarie: “La música de Stravinsky y la extraordinaria coreografía de Pina Bausch cuentan la historia de una época de guerras y, al mismo tiempo, de la capacidad humana para ofrecer una resistencia demoledora”.  

    1. Dinamarca 

    No hay manera de asomarnos a la literatura danesa sin pasar por Hans Christian Andersen, el extraordinario cuentista autor, entre muchos otros, de “El patito feo”. Sin jugar a ser Freud, queda claro que el patito feo era él -como lo fue Charles Dodgson (Lewis Carroll) el autor de Alicia en el país de las maravillas. Su relato más conocido es “La sirenita”, que es la historia de una sirena que se enamora de un príncipe humano. “Era la última noche de respirar el aire que él respiraba y de ver el mar inmenso y el cielo estrellado; noche eterna, sin pensamientos ni ensueños para ella, que carecía de alma porque no pudo conquistarla”. 

    Karen Dinesen, la baronesa Blixen. Su primer libro lo firmó como Isak Dinesen, porque no quería que la juzgaran como mujer sino como escritor (sin género). Escribió también fantásticos relatos, como El festín de Babette, que relata como ningún otro texto la forma en que la comida puede volverse una obra de arte espiritual. Narró sus aventuras en el continente negro en Africa mía. “Yo tenía una granja en África, al pie de las colinas de Ngong”. Supo empatizar y describir a los masais, a los suajilis. Se ganó su respeto, porque supo respetarlos, sin dejar de ser una colonialista.

    1. Finlandia 

    Hasta que llegò a mis manos Litterature de Finlande de Kai Laitinen, me enteré de que la novela que leí en mi infancia con singular alegría, Sinuhé el egipcio, había sido escrita por un autor finés, Mika Waltari. “Yo, Sinuhé, hijo de Senmut y de su esposa Kipa, he escrito este libro. No para cantar las alabanzas de los dioses, porque estoy cansado de los dioses. No para alabar a los faraones, porque estoy cansado de sus actos. Escribo para mí solo”. Laitinen sugiere con precisión que Sinuhé narra el conflicto “entre idealismo y realismo cínico” que muestra el autor narrando la vida de Sinuhé, el trepanador real, en la época en que Amón-Ra instauró el monoteísmo en Egipto.

    Mi primer muerto, de Leena Lehtolainen, es la primera novela que tiene como protagonista a la inspectora de policía Maria Kallio. Ya son 12 las novelas de la saga, aunque sólo la primera está traducida al español. Sin duda Kallio es la Wallander finlandesa. “A pesar de que aún estábamos en verano, el tintineo de los cables contra los mástiles de los barcos que se mecían en el muelle le daba a laa escena un aspecto otoñal. El mundo de Piia me hacía sentir frío por dentro”. Las novelas de Lehtolainen confirman la vitalidad del subgénero policiaco en la literatura de los países escandinavos. 

    Las literaturas de Islandia, Noruega, Suecia, Dinamarca y Finlandia tienen sabores exóticos, mucho frío, trabajo duro, así como pasiones que se esconden bajo una frialdad aparente. Tierras de géiseres -Islandia- y de saunas -Finlandia-, de lapones y Groenlandia -Dinamarca- de Björk y de Abba, de Sibelius y de pintores deslumbrantes como el noruego Edward Münch. Vale la pena asomarse. Son un mundo aparte. Sus obras estéticas son auroras boreales, paisajes no vistos en otros lares.  

  • El canon de Bloom

    El canon de Bloom

    TA MEGALA

    Fernando Solana Olivares

    Fue tardío y a contracorriente. Propuso una clasificación literaria jerárquica en un momento cuando corrían turbulentos vientos de fronda y la noción de autoridad quedaba erosionada por el multiculturalismo. Un momento histórico donde el valor estético se consideraba una idea como otras y no, conforme poco antes se pensaba, un valor universal compartido por todos. 

           Harold Bloom definió a veintiséis escritores como autores canónicos, es decir, autoridades de nuestra cultura, vigentes en el tiempo y parte de su memoria común, entre los cuales solamente tres escribieron en lengua española: Cervantes, Borges y Neruda (de éste último diría después que debió cambiarlo por César Vallejo o por Gabriela Mistral).

           ¿Qué convierte a un autor y sus obras en canónicos? Además del tiempo, de la memoria común y la valoración de otras autoridades, Bloom postuló la hipótesis de que ello era la extrañeza: una forma de originalidad que nos asimila de tal modo que dejamos de verla de esa manera. Una mezcla de profunda extrañeza y gran belleza, dijo, compone las obras canónicas.

           El crítico literario estadunidense decía que al leerse por primera vez una obra canónica se experimenta un inesperado y misterioso asombro —“casi nunca lo que esperamos”— que lleva a sentirnos transportados a una estancia mental desconocida pero a la vez familiar sin dejar de ser ajena, transportados a la intemperie de una tierra extraña en la cual nos movemos como en casa. Siendo un misterio, esta facultad profunda de la obra canónica es inescrutable.

           Los cánones han sido instrumentos de poder, utilizados para establecer dominios imperiales que niegan la distinción entre el saber y la opinión e imponen una norma única referencial, ortodoxa. El proceso de destrucción de los cánones, trátese del de Bloom o de cualquier otro, incluso la desaparición de la idea misma de canon (palabra de origen religioso: suma de autoridades), ha venido ocurriendo durante el siglo veinte, una etapa de destrucción de los universos estéticos, de erosión del valor artístico y de plena arbitrariedad al decidir qué es arte. Un momento de repulsa de toda autoridad, toda jerarquía 

           Aunque postuló un canon anglosajón, con un centro hacia adelante y hacia atrás al mismo tiempo ocupado por William Shakespeare, “inventor de lo humano” según el crítico neoyorquino y judío, el que se llamaba a sí mismo “bardólatra” para reconocer su culto al dramaturgo inglés, y a quien una memoria fotográfica permitía leer 400 páginas en una hora, él mismo reconoció que su español no era suficiente para elaborar un canon en esa lengua. Y sin embargo no erraba: creía que Rulfo era superior a Cortázar y a García Márquez, cuyo realismo mágico veía como un falso recurso.

           A Bloom no le interesó el ala derecha del canon, compuesta de solemnes y apolillados defensores de supuestos (e inexistentes) valores morales en las obras de la memoria común. Pero repudiaba acremente la trama académico-periodística, el ala izquierda a la que llamó Escuela del Resentimiento, la cual deseaba derrocar el canon para instaurar en su lugar otros valores extra literarios tales como la particularidad.

           Esa corriente de contra-pensamiento no se interesa en los mejores por ellos mismos, sino siempre referidos a una condición ajena a lo literario: mujeres, africanos, hispanos, homosexuales o de preferencias distintas, asiáticos, minusválidos. Bloom llamó a dicha particularidad “un resentimiento cultivado como parte de su identidad”, una no literatura. 

           Desde que la escritura creativa existe quedaron establecidos sus dos tipos genéticos: la buena y la mala, una cuestión que nunca dependerá del tema. Federico Nietzsche, tiempo antes, escribió contra los sentimientos de venganza y rencor. En su filosofía habló de una praxis consistente en una victoria sobre el resentimiento: “liberar el alma de él —primer paso para curarse”. 

           Bloom especula, sobre una base literaria y subjetiva, acerca de Betsabé, la madre de Salomón, como posible autora de partes de la Biblia: Génesis, Éxodo y Números. La figura llamada el Yahvista o J bien pudo ser una mujer de la corte del rey Salomón, afirma, un lugar de sofisticada cultura, considerable escepticismo religioso y gran complejidad psicológica.

           El Yahvé humano, demasiado humano, que come, bebe y pierde los nervios, regocijado en sus maldades, celoso y vengativo, “un grave caso de ansiedad neurótica”, ese dios ambivalente resulta contado por una mujer que logra una reunión entre lo divino y lo humano. La conmoción fundamental de esta originalidad canónica es observar que la adoración occidental a Dios por judíos, cristianos y musulmanes es la fascinación por un personaje literario: el Yahvé de J, ironizó el crítico no hace mucho muerto, casi intacto, a los 89 años.

            “Nadie es más que otro si no hace más que otro”, explicó don Quijote a Sancho Panza alguna vez. Bloom lo creía, estudioso de la Cábala aplicada a la literatura, radical e independiente de los pensamientos comunes, así escudriñó la profunda extrañeza y la gran belleza de las obras canónicas. Su análisis crítico fue un proceso pleno de creación literaria. De tal manera custodió el acto irrenunciable de leer y salvaguardó el acto necesario de escribir. 

  • “Debes decirles lo que estás viendo”

    “Debes decirles lo que estás viendo”

    COLABORACIONES

    Eduardo Subirats

    Quiero leerles unos comentarios en torno a tres obras recientes del escritor mexicano Fernando Solana Olivares: un ensayo, Casandra se desvanece (UdeG, México) publicado en 2021, y dos novelas, Hormiguero, de 2023, y Péguese mi lengua que hoy se presenta en Oaxaca en este otoño de 2025. Son tres obras muy diferentes, pero tres libros que comparten algo más que su único autor. Y, si no me equivoco, las tres obras trazan un pensamiento consistente con el mundo contemporáneo o, más exactamente, tratan de establecer un nexo intelectual entre el pasado, los múltiples conflictos y crisis del presente histórico, y lo que podemos esperar en lo por venir. En las tres obras nos encontramos con un pensamiento reflexivo, en el sentido de constituir lingüísticamente una conciencia de nuestro tiempo, y de configurar literariamente y construir conceptualmente un mapa transparente del estado creciente de desequilibrio, precariedad y angustia bajo el que sobrevivimos. 

          Comenzaré con Casandra, y no solo por ser el primero de los tres títulos en ser publicado, sino también porque su prefacio, titulado “Escolios desde la peste”, traza un paisaje histórico consistente con dimensiones extraordinariamente dramáticas y anticipadoras: crisis climática, la catástrofe pandémica, los conflictos financieros y militares patrocinados por el imperialismo de los Estados Unidos, desde la Guerra contra el Mal en las postrimerías del siglo veinte hasta la Guerra Global inaugurada con la destrucción del World Trade Center de Manhattan en el ataque terrorista del 11 de septiembre de 2001. 

          En este ensayo de ensayos Solana define la función del mito de Casandra con el siguiente enunciado: “oír el presente del ominoso futuro”. Y lo que recorre el ensayista como cronista filosófico y literario son una serie de hitos o fragmentos en un collage de considerable envergadura en el que precisamente hay de todo. Fernando llama a este caleidoscopio “recuerdos del futuro” en consonancia con esta unidad del pasado y lo por venir. Son destellos de luz que evocan los libros y guardan las memorias. Sus tonos son mayormente graves: “La agonía de Fausto, el último filósofo, el sentido de la noche, del sí al no…” Pero también hay notas musicales altas: la “Carta desde uno mismo”, por ejemplo, en la que este escritor formula el principio subjetivo y autónomo de toda actividad intelectual pura: “Debes decirles lo que estás viendo”.

           Todas estas palabras las pronuncio a título personal de presentación y resumen del proyecto literario e intelectual que formula clara y distintamente la Casandra de Fernando Solana. Pero ahora viene una cuestión interesante: ¿Qué significa esta fragmentación y desmoronamiento del discurso que afirma rotundamente Solana? ¿Qué quiere decir en la historia del ensayo latinoamericano que un escritor abandone entera y descaradamente les grands récits de Occidente? ¿Y por qué constituye un hito importante a lo largo del declinar de la cultura occidental y del repensar la historia de las civilizaciones desde perspectivas fragmentarias y diversas, desde sujetos múltiples y diferentes, en lugar de los discursos alineados y vigilados de todos los días por un sistema colonizador universal – más tarde llamado orden global – de educación, organización política y reconfiguración electrónica de las culturas?

        Lo formularé sumariamente: Fernando Solana elimina de un solo golpe la supremacía de los discursos unívocos de Occidente y pone de manifiesto la posibilidad de un pensamiento crítico, ágil y riguroso que no sacrifica por ello un espíritu humanismo sólidamente anclada tanto en tradiciones europeas como asiáticas y amerindias. Y sobre todo un humanismo universal, a mil leguas de las lingüísticas estructuralistas de New York o Londres. Sólo quiero citar, a título de conclusión a sus excursos, aforismos y fragmentos, la definición clásica del “Espíritu de nuestro Tiempo” de Fernando Solana como “la oposición al totalitarismo económico, político y social, la rebeldía ante un pensamiento único y una epistemología impuesta para todos”.

          En una siguiente jornada, la segunda jornada, nos encontramos con Hormiguero, una novela publicada en 2023 (El tapiz del unicornio, México). Y aquí tenemos algo diferente, pero desde otro punto de vista también similar. Estamos de nuevo frente a una reconstrucción microanalítica de situaciones cotidianas y discontinuas de la sociedad mexicana, pero que en muchos aspectos podría ser también cualquier sociedad americana o europea. Podríamos hablar de un microrealismo literario. Un realismo muchas veces crudo y violento, pero que en otras ocasiones deriva en el minimalismo repetitivo del Op Art. Y cuya lectura se vuelve, por momentos, sofocante, maníaca, incluso paranoica, al punto que yo, como lector, no podía comprender cómo esta confusión de voces, estas líneas de choque y estos enormes vacíos existenciales que la novela describe es simplemente posible en tiempo real. Algo que también me ha sucedido con Kafka, cuya novela América, por ejemplo, nunca he llegado a leer hasta su final, temeroso de confrontar el sinsentido de mi propia existencia. 

           Es este desorden de emociones, categorías y acciones dramáticas lo que precisamente señala el título de esta novela: un hormiguero. El narrador describe destellos y aristas de la vida urbana y cotidiana de México en una vasta zona fronteriza con los Estados Unidos. Un hormiguero precario atravesado por contrastes y conflictos irreales, irracionales o surreales. Y Solana nos confronta con una mirada analítica, desnuda y realista. Su lenguaje es preciso, frío, minuciosamente objetivo, pero su efecto es expresionista y, en ocasiones, devastador. Pero, sobre todo, es fiel a su postulado literario general anunciado en Casandra se desvanece: “Debes decirles lo que estás viendo”.

           Pero en esta novela, lo mismo que en su ensayo, también nos enfrentamos con una narrativa fragmentada y con el fragmento como forma. Felizmente esta descomposición cubista de la forma y del tiempo literarios, y la deconstrucción expresionista del lenguaje y el relato de una realidad humana desgarrada, cuenta con un gran escritor y una gran voz en la literatura mexicana y mundial: Juan Rulfo. Y Hormiguero puede leerse, o mejor, debe leerse como una reformulación postmoderna de Pedro Páramo. Es el relato colectivo de una existencia rota por la violencia de la colonización, por la violencia de la desigualdad social, y por la violencia de la represión postcolonial bajo sus múltiples máscaras, esencialmente aunque no literalmente idénticas con los páramos y las sombras de Rulfo.

          ¡Pero con una importante diferencia! En Pedro Páramo el protagonista y narrador de la novela desaparece materialmente del espacio literario, para sumergirse y derretirse literalmente en las aguas mitológicas del inframundo del Mictlán y el Tlalocan precoloniales, y sus vínculos biológicos y espirituales con una naturaleza femenina a la vez misteriosa y exuberante. Además, este protagonista lucha por abrirse paso en un mundo de sombras, en busca de su origen paterno y patriarcal. En Hormiguero no hay protagonistas y el narrador mantiene una distancia impasible y analítica frente a la realidad; tampoco existen las profundas voces femeninas de Comala.

          La novela moderna, la novela que representan las Metamorfosis del escritor latino Apuleyo o Don Quijote de Cervantes, nace con un narrador individual, y entreteje una red de asociaciones metafóricas en torno al carácter, la personalidad y la constitución de un sujeto literario. Los ejemplos se pueden prodigar. Pero podemos seguir con estas mismas dos novelas: Metamorfosis y Don Quijote. En un caso tenemos el relato de una iniciación individual a los misterios de la diosa Isis; en el otro, la iniciación ritual de un caballero andante y su profusión de aventuras picarescas en aras de su unión mística con la diosa Dulcinea en una virtual Edad de Oro.  

          En el mundo que llamamos postmoderno (a falta de un nombre propio) esta constitución literaria del sujeto simplemente se desmorona y desaparece. Tres ejemplos cristalinos: Kafka, Beckett y el propio Rulfo. En el primero de ellos tenemos el relato de un protagonista que asume su condición alienada hasta el extremo de aceptar como un destino la lógica capitalista y totalitaria de su supresión. En Beckett tenemos la fusión de narrador y protagonista literario en el proceso narrativo de su desintegración y autodisolución intelectual y existencial, a lo ancho de un incierto e inhóspito universo político, social y cultural posthumano. En Pedro Páramo de Rulfo nos encontramos con un cuadro ligeramente diferente: sus personajes femeninos diluyen sus perfiles individuales en las metáforas ya casi irreconocibles de antiguas diosas, bajo el poder de su manipulación así sexual como teológico-política y económica que ejercen los representantes del poder colonial y postcolonial: un cacique corrupto y un sacerdote interiormente corroído por su conciencia culpable. 

           La novela Hormiguero de Solana se inserta directamente en esta tradición literaria del siglo veinte, en la medida en que pone de manifiesto no sólo la desaparición del narrador, sino también el colapso ético de una sociedad contemporánea en una serie de escenarios que comprenden los extremos más radicales de las vidas humanas. Análogamente a la novela Pedro Páramo, Solana disuelve los personajes literarios en una multitud proteica y fantasmática, y anuncia con ello las formas de vida de una edad posthumana. La metáfora de un “hormiguero” subraya precisamente esta visión confusa y oscura del inframundo de las hormigas.  

            La novela que presentamos hoy en Oaxaca, Péguese mi lengua (El tapiz del unicornio, México, 2025)  es otra historia completamente diferente. No es una novela deconstruccionista con reflejos surrealistas, sino una novela realista y una novela histórica.  Su tiempo y espacio se extiende en el México del siglo diecinueve, desde la independencia del poder colonial español hasta la ocupación neocolonial napoleónica, y bordea la naciente sombra amenazadora del imperialismo de los Estados Unidos. Sus escenas, que Solana describe con meticulosa precisión, ya sean los aires aristocráticos de Viena, ya sean los bastidores más oscuros de la política mexicana, son esplendorosas. 

         Mientras leía esta novela no podía dejar de asociarla, tanto por su forma, cuanto por su fondo histórico, con el realismo histórico de Tolstoi en Guerra y Paz.  Mentalmente establecía asociaciones libérrimas. Solo señalaré una de ellas. Tolstoi relata el asombro del ejército napoleónico cuando entra en Moscú con la arrogancia del sempiterno imperialismo europeo y se encuentra con una ciudad que, en lugar de acogerle triunfante, es una ciudad vacía y en llamas, porque toda su aristocracia e inteligencia simplemente había huido al interior de Rusia e incendiado sus mansiones. Solana cuenta una escena paralela de las jóvenes de la clase alta oaxaqueña invitadas por los cadetes franceses a una fiesta de gala ofrecida para celebrar su victoria sobre México. Todas las muchachas asistieron, sin excepción, pero todas vestidas de riguroso luto. Un luto por la muerte de sus hijos, sus hermanos y sus amantes en manos del invasor. 

          A este respecto ambas novelas, el testimonio de la victoria del imperialismo napoleónico en la novela de Tolstoi, y sobre un México apenas emancipado del imperialismo hispano-cristiano, se transforman artísticamente en el espejo de la derrota moral del ejército militarmente vencedor. 

          Ciertamente, la novela Péguese mi lengua es muy diferente de la novela de Tolstoi. Sus paisajes son más amplios y coloridos. Describen en un extremo los patios coloniales de Oaxaca, y en el extremo opuesto los palacios y jardines barrocos de Viena. Está atravesada por relatos crudos y encuentros galantes, lo mismo que en la novela de Tolstoi. Y posee una unidad fluida del espacio y el tiempo, lo mismo que la novela histórica europea del siglo diecinueve. Sin embargo, su principio formal es dispar. Solana parte de la fragmentación del discurso y la realidad, su composición cubista integra escenas y realidades desconectadas en un ritmo expresivo discontinuo de intensidades emocionales altas y bajas a lo largo de la novela. No existe en ninguna de las dos novelas de Solana un narrador orquestando la realidad. En su estructura formal, que llamaré cubista en un sentido muy laxo de la palabra, tampoco se configuran centros privilegiados de actuación y tensión dramáticos. La historia misma de México se fragmenta y deshace.  

          En esta trilogía – dos novelas y un ensayo – Fernando Solana ha expuesto una mirada analítica y cortante del pasado y una visión esclarecedora del presente. Siempre bajo el lema: “Debes decirles lo que estás viendo”. La breve cita de la novela de Solana que les voy a leer podría ser una de sus posibles conclusiones: “(México) necesita un gran choque para salir del marasmo, de su encierro en lo irracional, de su tristeza profunda, de su fatalidad colectiva”.

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