Colaboraciones
Carlotta Garjuá
Todo el mundo ve incendios, tempestades, derrumbamientos o paisajes; pero
¿cuántas personas ven en ellos llamas, relámpagos, vértigos o armonías?
¿Cuántas piensan en la gracia y en la muerte viendo un incendio?
¿Cuántas poseen ellas mismas una belleza lejana que su melancolía matiza?
E. M. Cioran, En las cimas de la desesperación (1934)
Para el escritor y antropólogo francés Georges Bataille (1971, 2005)la comunicación profunda únicamente es posible si se recurre al mal, es decir, a la violación de lo prohibido o a la remoción de lo más subterráneo y vicioso del lenguaje. A partir de esta idea, la literatura es la infancia por fin recuperada y vinculada a la culpa de escribir, de ahí que sea más fácil reconocernos como lectores que como autores (tal como le ocurre a Jorge Pech Casanova a pesar de sus maravillosos años de trayectoria). Si existe esta franca mixtura, de pudor y vergüenza —en la que se mezcla la alegría por el don de la palabra y la vulnerabilidad de sentirnos desnudos a través de ella— es lógico que los hombres, como lo planteara Bataille, se desconocen en el bien y se aman en el mal, ya que la desobediencia es una promesa de placer (tal como la escritura es una oferta disimulada de alguna clase de cura).
Para Charles Baudelaire los libros auténticos son inmorales, ya que toda literatura nace del pecado. Éste, por su parte, no tiene su origen en la caída de los relatos bíblicos, sino que resulta inherente al psiquismo humano y es una inclinación que se refrena y disimula con las normativas cívicas o religiosas. En consideración del poeta y ensayista ecuatoriano Mario Campaña (2021) la noción de pecado, en las obras del escritor francés (o incluso en el rescate teórico de Bataille), apela a las tentaciones del progreso. Desde esta perspectiva —que para nada es ajena a nuestra época— la cultura del materialismo histórico sustenta el concepto en la antología que presentamos. Como si fuese un eslabón más de las perversiones del mercado, el pecado surge en el comercio ventajoso y en la producción en masa promovida por la industria, también en la acelerada sustitución de los objetos y en la banalización de su hechura, en el afán utilitario que establece una constante lucha de poder y que crea un escalonamiento exponencial para clases sociales privilegiadas; ¿acaso la tierra no peca cuando desplaza a sus hijos para no matarlos con la sed, la violencia y el hambre? La migración es una forma moderna de castigo divino. Basándonos en la opresión mecanizada de los narco-estados, el mal queda asociado a nuestras pulsiones destructivas, pero también a una moral de decadencia que mengua la disposición a la espiritualidad y a la búsqueda de condiciones igualitarias para la supervivencia (no es casualidad que Bataille declare que todos los libros que valen la pena se sustraen de la sacralización del trabajo y la productividad). A razón de esta postura, en la que el mal más destacado es el del vacío o el de la falta de sentido e interés existencial, el único pecado reconocido por el poeta francés es el hastío, una condición que, en los Silogismos de la amargura de Cioran (2022), es referida como una angustia larval hermanada con el tedio o con el llamado odio ensoñador, ese que probablemente inspiró el poema de Pech titulado “Este país cierra los ojos para no ver sueños”. A través de ésta y otras composiciones sentimos el sudor y la quemadura de la noche, escuchamos los silencios —o los “gritos sin voz”— que ofrecen mensajes del más allá para señalar los umbrales urbanos o denunciar los puntos más ciegos de nuestra conciencia (esos oscuros “desagües” que rara vez visitamos). (Pech, 2024, pp. 6 a 8)
En Las flores del mal (1857) de Baudelaire (2022), al igual que en la obra de Pech Casanova, se despliegan figuras con deseos incumplidos o arrastrados por ellos hasta el terreno de la agresividad o la muerte, aunque también por el más inmundo de los pecados que es la destrucción del sentido de la vida. Con la misma naturalidad con la que se habla del sueño, el erotismo o el germen de la infancia, los poemas de ambos evocan la destrucción de numerosas esferas íntimas, familiares y sociales, como si fuese el efecto colateral de vivir en una civilización que se mueve como jungla. Los escombros insurrectos, de los que habla Pech en su libro, colindan con los movimientos de rebelión que normalmente se olvidan, distorsionan o callan; danza con la impunidad que avanza o con la derrota que genera desazón y rencor entre los pueblos. Si bien Baudelaire cualifica a “Las flores del mal” como un diccionario de la melancolía, el crimen, el sufrimiento y el pecado, la concibe también como una comedia de la modernidad en la que solo se representan el infierno y el purgatorio, ya que, en opinión de Mario Campaña (2021), la modernidad es como un mundo sin paraíso y carente de amor, felicidad o esperanza.
Lo interesante es que tanto Pech como Baudelaire extraen la belleza del mal. Así como el poeta francés no elabora una definición explícita de este último término, ni de su asociación a una imagen tan renacentista y dulce como las flores, la antología de Pech hace una insinuación al concepto de pecado sin rematarlo con circunscripciones explícitas. Es por ello que en un primer acercamiento no podemos definir si el título —que hace referencia a la hermosura del pecado— es un regodeo a expensas de su experimentación o una sátira de sus consecuencias fatídicas, esas que salpican sus restos más allá de la cartografía intimista. Desde esta ignorancia conceptual nos dejamos cautivar en sus páginas, posiblemente porque la inocencia —en la concepción de Bataille— es el amor mismo del pecado (tal como el poema de Pech, sobre el amor del joven Pablo, que lo llevó al asesinato de su amante por no sentir el acento de su lengua en plenitud). Al sentirnos absortos con la lectura de Pech, probablemente nos confesamos baudelaireanos, ya que preferimos la contemplación de un pecado bien hecho en vez de una virtud que peca de tibieza.

Al empezar la lectura del libro desconocemos si el placer de la trasgresión, que se plasma con una notable facultad retórica, es lo que embellece el concepto o si lo hermoso es ser lo suficientemente irreverente como para denunciar las faltas que otros adoptan como meta. Quizás la beldad radica en denunciar el horror desde la ternura y la delicadeza de la poesía, o en homenajear y honrar la pulsación de tantos personajes anónimos que, pese a ser heroicos, jamás aparecen en los libros de historia.
Si recurrimos nuevamente a Bataille podríamos pensar en dos clases de mal que se oponen en la existencia y en la literatura: uno que se debe a la necesidad de que las cosas humanas se desarrollen y lleguen al objetivo contemplado, y otro que consiste en transgredir propositivamente algunas de las prohibiciones fundamentales (tales como el veto al asesinato o al despliegue de distintas posibilidades sexuales). Existe por ende la probabilidad de “hacer el mal” y de “actuar mal”. En una entrevista con Pierre Dumayet, para el programa de televisión francesa “Lectura para todos”, Bataille expuso que si la literatura se aleja del mal se vuelve aburrida; nos invita a entender esta postura teniendo en consideración que la angustia queda implicada en esta disciplina y que siempre está fundada en algo que va mal o que amenaza con terminar de esta forma (aunque la mayoría de escritores no tengan conciencia de la profunda culpabilidad a la que se adhiere su práctica). Situando al lector en esta desagradable perspectiva —o en la tensión misma de un desenlace de dicha naturaleza— la literatura se aleja del tedio. En el caso de escritores como Kafka la culpabilidad recae en la desobediencia a los suyos, específicamente a una familia que le recrimina el error de consagrar la vida a la escritura en vez de seguir la orientación comercial. En la poesía hablamos de un constante proceso de duelo con respecto a las formas comunes del lenguaje materno. Y es en este recodo tan estrecho donde entraría el erotismo como parte de lo poético (Prat, 1958).
Si lo equiparamos con la asunción general de que el individuo erótico es el que se deja fascinar como un niño por el juego prohibido, el poeta se encuentra en la misma situación pueril, ya que a pesar de tener miedo de las consecuencias avanza más lejos para conservar la sensación de amenaza tan propia de los retos y el castigo. El principio poético —según Pech— consiste en estrellarse y en romperse, en “anudar las cuerdas del miedo a otro cuello” (a lo mejor para no estrangularse con su canto). Su principio poético radica en sobrevivir a las cenizas y en volver a cantar desde la sima de las calamidades sin hundirse (Pech, 2024, 91).Afrontar el peligro del discurso literario es una forma de madurar, ya que la literatura no nos deja vivir sin hacernos notar lo humano en la perspectiva más dura y ambivalente, nos permite mirar lo peor para hacerle frente o al menos para quedar advertidos. En resumidas cuentas, el hombre que juega con el lenguaje encuentra en el juego la fuerza para superar lo que el juego trae de horror.
En palabras de nuestra querida Enna Osorio, el Hermoso Mundo de Pecado nos deja su perfume y su veneno, manteniendo un tono intelectual desde la poesía, ya que levanta un velo áurico —a través de la pericia estética— a condición de rasgar las cortinas que ocultan la realidad con toda su crudeza: esos vendajes que ciegan, desfiguran e inmovilizan la crítica frente a la memoria histórica y la complejidad de los vínculos humanos. Al hablar del derrumbe y del pecado, Baudelaire se preguntaba si la creación no sería la caída misma de Dios. Para explicar esto me gustaría recurrir a La tristesse du diable, una melodía de la cantante y compositora suiza Meimuna (2018). En dicha canción, Lucifer se describe a sí mismo como el guardián de los misterios en cuya tristeza nadie piensa. Se identifica entonces como la luz que trae la sombra o el hijo del amanecer que yace en las noches oscuras, una dualidad inherente. Reniega del lugar común en el que la mitología cristiana lo anega de responsabilidades que simplemente competen a la naturaleza humana. “No, no soy el que te hace creer”, replica, ya que “soy arte y sabiduría”; “el día y la oscuridad”, el que te “protege y tienta”…, aquel “que hace latir tu corazón”. Desde esta representación introspectiva el diablo está triste porque habla de amor mientras otros escuchan seducción; ha revelado lo hermoso y los hombres lo han hecho su única obsesión. Se queja de que solo quería darle sentido a sus vidas y en castigo lo llaman Satán, animando a los oyentes a una comprensión más crítica de las figuras culturales y de varios conceptos que muchas veces aceptamos sin cuestionar.

Quisiera cerrar este discurso con la veta más personal de Pech que se filtra en el poemario. “He amado”, nos dice en “Progenie de inquietud”, “los nombres del amor omito, porque son innúmeros y el silencio solo sabe pronunciarlos”; “he amado el ciclón que reitera mi desarraigo con la canción del desastre” (Pech, 2024, p. 99).En Hermoso Mundo de Pecadohemos leído cuarenta años de sigilo poético. Algunos odiarán lo que descubran en las tocantes composiciones, otros se conmoverán al verlo decir que “la patria está en la dicha o en la nostalgia” y no en el suelo que el poeta ha pisado o que agotaron sus padres “a falta de algo mejor, por miedo a algo peor” (Pech, 2024, 102).Los nombres que podemos darle al autor Pech son incontables, pero la nominación con la que quisiera despedirlo es la siguiente: usted es el que hace pétalos con la palabra para que cada tumba tenga un gesto de gloria.
Hermoso Mundo de Pecado
Jorge Pech Casanova
Almácigo Ediciones, Colección Raíces Literarias, 2024

Deja un comentario