Pared azul con notables

Ta Megala

Fernando Solana Olivares

La noche caliente avanza y ese señor piensa: “tenían razón mis tías, la política es inmunda”. Ríos de gente suben por la suave cuesta de elevaciones femeninas que forma la calle de esa ciudad de la provincia mexicana. Los extranjeros, disfrazados de turistas, se distinguen de los desmadrosos grupos de nacionales donde los jóvenes son legión. La risa en vacaciones. Ese señor recuerda la comida que tuvo por la tarde rodeado de políticos.

          Sus tías no son ninguna autoridad, de acuerdo. Su final tan decadente y literario nada garantiza más allá de la reiteración de lo fantástico: se caen los techos, las familias. Camina por la calle y lo asalta la irreparable imagen de una de ellas, minúscula y nerviosa, ratón hechizado entre las ruinas de la casa grande, lectora de húmedos periódicos del siglo pasado como si fueran los de ayer. Pero llevaban razón: es inmunda. Y banal. 

          La primera diferencia en la comida fue sobre el agua. El animal político más conspicuo de los ahí reunidos había dicho que el asunto se resolvía con cobrar, period. Ya llevaba varias conclusiones netas e inapelables que los otros cabeceaban arriba abajo. El auditorio cautivo lo era a medias, pero aprobaba por adelantado cualquier cosa que no afectara lo mero principal: sus intereses. Como la crisis del agua, que se resolvería con cobrarla universalmente y ya. “Lo explicó muy claro el licenciado.”

          Ninguno se perturbó con la mención a la tala ilegal o al cambio climatológico, al factor absoluto de tener agua o no, a la catástrofe humana de su escasez. Con paciente y tenaz sonrisa oyeron al apocalíptico contar puras abstracciones. “Ya comentó el licenciado la solución”, dijeron, y el hombre pensó que sus tías tenían entendimiento aunque nada sabían del mundo: era verdad. Sintió el espanto crítico sobre el rostro bajo la noche espesa. Nunca debe porfiarse demasiado, téngase o no en lo dicho el dudoso bálsamo de la verdad. La pastoral urbana le mostró una multitud en fuga y vino a su mente la pregunta: ¿sobreviviremos? Sus tías se marchaban del mundo una a una jurando que no, únicamente podía dudarse de aquella que días después de muerta apareció como elegante fantasma de sombrero y guantes al sol del mediodía y paró un taxi para volver al panteón.

          “Hay que cobrarles a todos. Quien la pague que la tenga y quien no pues que lo asuma como otra restricción.” Sí licenciado, una política eficaz. Los tahúres no se movieron. Especulemos cuánto costará el litro de agua en diez años, debió haber propuesto en la comida ese señor. Pero no hubo tiempo, el tópico decayó. Suena muy fuerte, amigo, tenga confianza: si siempre ha habido siempre habrá. Ya ve que la ciencia avanza. No se preocupe de más.

          La segunda diferencia de la comida se radicó en los zapatistas y su falso conflicto. ¿Cuál guerra hay en Chiapas? La que inventan ellos. Un clásico ejercicio propagandístico. Mejor hablemos de lo central. Existe una ley que es legal, y basta. Es cierto, pensó, mis tías eran perspicaces: la clase política y la ineptitud. “Oh las cuatro paredes de la celda. Ah las cuatro paredes albicantes que sin remedio dan el mismo número”. Musitando versos de Vallejo caminó a contraflujo de la gente. Sus tías fueron cuatro. Lógico le pareció.

          Otra vez llegaron viandas a la mesa. Que sí hay transición política, dijo el reconocido congregante, porque hay alternancia electoral. Cómo no licenciado, usted monopoliza el buen sentido y subordina la razón. Arriba abajo quiebran la cabeza los comensales: hace rato que ya comenzó entre ellos sorda y sutilmente lo cardinal: ¿qué pueden darme estos otros, qué quieren de mí? El cálculo del costo y el beneficio decide dónde colocar el interés. El hombre interrumpe los telegramas de guiños y entendidos que se cruzan en la mesa. Tercera dislocación. Y él opina que sin un nuevo pacto político no hay vuelta de tuerca histórica, que no basta votar. Concede: comisión de la verdad suena a decencia pequeñoburguesa, pero un acuerdo sobre temas básicos es indispensable para el país. 

          Ahora va caminando y lo asalta la interrogante: ¿por qué los hombres públicos deprimen e irritan tanto cuando se les conoce de cerca? Contó el cuento de un inglés que una de sus tías le contaba, para ganar tiempo y generar una reacción: “Una mujer está sentada sola en su casa. Sabe que no hay nadie más en el mundo: todos los otros seres han muerto. Golpean a la puerta.” Ahora sospecha que fue un error. Lo hizo verse extravagante ante los mustios ojos de los invitados. “Son la esposa y la suegra de…”, amagó el licenciado, y todos rieron festejándolo a él. ¿Y usted qué hace, amigo? Ya sabemos que escribe pero ¿qué más? Soy el amanuense de mis tías, iba a contestar, pero el inexpresivo tacto usado en la comida lo contagió. Un sabio nunca convencerá a un necio, un necio siempre refutará a un sabio, para qué más que la verdad.

          El cuarto asunto tocó a los poderes judiciales, la intervención del poder central en los estados soberanos. Airados coros acompañaron al animal político más grande de la reunión cuando reiteró la política de fuerza que el convidado exógeno no se atrevió a designar como un asomo de balcanización. Esto es nuestro, amigo, no lo olvide. Y ya que no hay imán que nos sujete, licenciado, deberíamos liberar las zonas arqueológicas del terruño. ¿Se imagina el golpe mediático, la importancia táctica de la medida, el heroísmo implícito de la lección? Saltaría usted a la palestra de los medios, y entonces si se conmovería el país.

          Ahora camina y su memoria frugal por la calle abre el libro de citas. ¿Qué se puede decir que no estuviera dicho por los predecesores, mejor dicho y más memorable, como la lírica esencial del poeta Vallejo muerto en París un jueves de aguacero?: “Cuál mi explicación. Esto me lacera de tempranía. Esa manera de caminar por los trapecios. Esos corajosos brutos como postizos. Esa goma que pega el azogue al adentro. Esas posaderas sentadas para arriba. Ese no puede ser, sido. Absurdo. Demencia.” Sus tías se lo advirtieron: no hay nada en la política que lleve al cielo, nada en la nada del patrimonialismo ruin donde lo público es propiedad privada con la cínica complacencia del “mire usted, amigo, nuestra misión es para el bien del pueblo.”

          La pared azul de la cromática provinciana es el telón de los abrazos rituales cuando la pedagógica sobremesa termina. Palmetazos, miradas cómplices, labios cerrados. Los notables regresan a seguir tejiendo las intrigas que sí valen la pena. ¿Y la crisis del campo mexicano? “Son epifenómenos, amigo. Lo que deberían hacer los campesinos es sembrar ajos y venderlos con mentalidad de empresarios. Ya ve qué rentables son esos cultivos.” ¿Y la violencia generalizada que nadie quiere llamar insurrección difusa, y la devastadora globalización impuesta, y la dictadura del dinero, y la erosión representativa de los partidos políticos, y la feudalización de la república? “No se haga tantas preguntas, amigo, le van a cobrar impuestos por rumiar pensamientos negativos.”   

          Sí, licenciado. Ese señor deambula y por eliminación piensa en lo que sus tías le dijeron: “Ojo, ya va a venir el día.”

Deja un comentario

Un sitio web WordPress.com.

Subir ↑