Los universos de significado

TA MEGALA

Fernando Solana Olivares

En su fascinante libro La mente diáfana. Historia del pensamiento indio (Galaxia Gutenberg, 2021), Juan Arnau recorre los anales de una experiencia filosófica y cultural anclada en milenios, cuya profunda totalidad excede y aun anticipa lo que Occidente apenas alcanza a vislumbrar. 

       A partir de la afirmación de Jorge Luis Borges de que la India ya lo ha pensado todo, Arnau anuncia su intención desde el preludio de esta obra cardinal: mostrar la correspondencia postulada por esa filosofía entre el pensamiento y el orden cósmico, entre lo que ocurre en la mente y el mundo fenoménico, entre la mente, sus hábitos y el destino individual. Cita un muy antiguo himno védico que sirve de epígrafe al volumen: “El ciclo de la vida, que llaman el sâmsara, no es más que la mente. Mantenla siempre limpia, pues uno se convierte en aquello que piensa”.

       Y seguirá a sabios ancestrales para exponer que lo que llamamos universo es, según Samkara, “el conocimiento que se conoce a sí mismo”, aquel que para serlo debe conocerse a través de cada uno de los seres vivos. De ahí que la conciencia, tan interior e íntima, no le pertenece a quien es consciente —un atributo que en la vida humana y aún animal encarna la atención—, porque sólo es una luz reflejada: “Somos lunas, pero el ego se cree un sol”. 

       La búsqueda de una mente diáfana se convertirá en uno de los ideales supremos del pensamiento hindú, que contiene los elementos centrales de toda gran filosofía: el asombro (¿por qué hay algo y no más bien nada?), comienzo de toda indagación; la simpatía, que parte del principio de que sólo lo semejante puede conocer y comprender lo semejante; y al fin la libertad, esa que pone distancia crítica ante las propias creencias y cierra el círculo para volver al asombro y a la indagación.

       Desde verdades conocidas hace milenios, como que lo importante está oculto y sólo lo superficial queda a la vista (la cosmología occidental contemporánea ha “descubierto” que una invisible materia oscura integra la mayor parte de lo existente), y que en consecuencia el universo externo y su percepción están determinados por la transformación interior —una unificación de la mente que se entiende como esclarecimiento o iluminación—, el pensamiento hindú enseña que “la verdad no es algo que se sepa, sino que se realiza”. 

       Esta experiencia vital, interna y trascendente, involucra a la memoria, el entendimiento y el sentido del yo. Haciendo una bella ejemplificación, Arnau escribe que si el sacerdote domina los demonios, el médico las enfermedades y el herrero el metal, el sabio debe dominar su mente. “Hay aquí dos premisas básicas. Por un lado, la fuerza que constituye el ego o la personalidad es la ignorancia. Por otro, el conocimiento que va a impartirse no es ningún tipo de información, sino que está más allá del nombre y la forma, más allá de todo lo decible”. 

       El eterno retorno, una noción concluyente para Nietzsche, es un postulado hindú que concibe el cosmos como un proceso cíclico y recurrente donde nada es eterno, incluidos los dioses. El fenómeno que Platón llamó “reminiscencia”, explica Arnau, debió tener un origen oriental. Toda la verdad reside de antemano en el alma de cada uno, pero velada y al fin oculta por aquellos irritantes síquicos que enumera el budismo: la miseria, la codicia, el odio. “Desvelarla es tarea del sabio, tanto en el Egeo como a orillas del Ganges”. 

       Así, el universo está hecho de conciencia y naturaleza. La relación magnética o erótica entre ambas da lugar al “receptáculo donde habitan los seres”. Existe una unidad esencial entre todas las cosas, y el universo externo —su dimensión, su habitabilidad, su condición opresiva o maravillosa, el deleite y la recreación de la conciencia en él— depende de la transformación interna. De ahí que la filosofía hindú investigue el funcionamiento y la estructura de la mente, las facultades de la psique. La búsqueda de una mente diáfana que no obstaculice el desarrollo de la conciencia resultará su tarea principal.

       Por ello la filosofía hindú se propone “calmar la mente, desacelerarla y, en último término, desactivarla”. La fuerza que constituye al ego es la ignorancia, una penetrante convicción de separatividad entre el yo y todo lo demás. Error epistemológico que solamente se resuelve a través de una experiencia translógica, de un conocimiento vital interno para cuya conquista esta filosofía conoce milenarias técnicas de acceso: la meditación, la plegaria, el yoga. La palabra sagrada, el rito o el control de la respiración.

       En la saga del pensamiento hindú también está la de su difusión en Occidente gracias a aquellos que navegaron “sus procelosos universos de significado”. Encuentros tenidos a partir de las conquistas militares de Alejandro Magno, registros sobre Pitágoras como recipiente y trasmisor de la sabiduría de Egipto y la India, estudioso de astrología y astronomía con los caldeos y filosofía de la mente y técnicas de liberación con los gimnosofistas indios, o un relato que cuenta el insospechado encuentro de Sócrates con algún filósofo de esas regiones. Hay quienes han visto en el filósofo Plotino la influencia de la filosofía sánscrita, y se afirma incluso que Hipólito, Padre de la Iglesia, leyó e incorporó a su doctrina la upanisad de la amistad llamada Maitri. Clemente de Alejandría hace referencia en sus textos al Buda y el budismo. 

       Dos de sus personajes fundamentales son los jesuitas italianos Roberto de Nobili en el siglo XVI, primer europeo avecindado en la India, e Ippolito Desideri, explorador pionero del Tíbet durante el siglo XVII. 

       La semana próxima se relatarán en estas páginas sus singulares biografías.

2 comentarios sobre “Los universos de significado

Agrega el tuyo

Deja un comentario

Un sitio web WordPress.com.

Subir ↑