“No lo destruye quemándolo, como Mizoguchi. Le sucede algo peor. El monasterio desaparece y al final, como Chuang-Tzu, no sabrá si el pabellón de oro y lo que en él vivió fue sólo un sueño”.
Literatura japonesa: cuatro ases y un jóker
El emperador Hirohito, antes del final de la Segunda Guerra Mundial, enviaba a los jóvenes japoneses al suicidio en aviones kamikaze. Para cualquiera de esos jóvenes, esa muerte era un honor, porque lo era servir al Emperador. Pero el máximo líder acepta, al rendirse Japón, que no es un Dios. Mishima lo vive como una traición infinita. Tratando de recuperar las raíces pérdidas de la tradición nipona, crea un grupo paramilitar, el Takenokai. El 25 de noviembre de 1970 toman el Palacio, apresan al general y Mishima lanza un discurso a la multitud reunida. No lo escuchan por el ruido de los helicópteros. Entra y comete seppuku; su discípulo Morita erra el golpe definitivo en el cuello. Tiene que ser Hiroyasu Koga el que termine el trabajo. Ese mismo día, en la mañana, Mishima había mandado a su editor el último tomo de su tetralogía El mar de la tranquilidad.
