Literatura japonesa: cuatro ases y un jóker

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

I. Los cuatro ases. 

Cuatro escritores excepcionales surgieron en Japón en el siglo pasado.

Ryonosuke Akutagawa, autor de los cuentos que dieron origen a Rashõmon, piezas narrativas en las que la verdad no existe, sólo diferentes versiones, contradictorias entre sí, de los hechos. Kurosawa la volvió un clásico cinematográfico.

Kõbõ Abe, en La mujer de arena, nos ofrece una terrible metáfora. Un entomólogo queda atrapado en la casa de una mujer. Durante casi toda la novela ansía su libertad y quiere salir. Cuando por fin puede hacerlo, la libertad ya no tiene sentido y elige quedarse en el agujero de arena.

Junichiro Tanizaki, en La llave, nos ofrece una versión japonesa del voyeur, donde el personaje principal «ofrece» su mujer a un joven fotógrafo, creando un triángulo perverso que le causa al marido un placer desmedido que lo conduce a la muerte.

Yasunari Kawabata, en La casa de las bellas durmientes, a través de un viejo y una joven muchacha narcotizada que duerme con él desnuda y a la que no puede tocar, nos regala una metáfora del deseo. Proust ya lo había pensado: ¿nos pertenece la persona a la que amamos eróticamente, o la distancia entre el deseo y el ser amado es insondable, una brecha profunda, y el amor es un intento metafórico por tapar esa fisura?

Estos cuatro artistas de la palabra son extraordinarios. Uno de ellos, Kawabata, ganó el Premio Nobel en 1968. Falta, sin embargo, el jóker, el comodín. 

II. Yukio Mishima. 

Criado por una abuela que lo amaba con pasión malsana, desde niño admiró la belleza masculina. En su primera gran novela, Confesiones de una máscara, narra su intento por seducir y enamorar a una mujer, Sokono. La enamora, pero no logra hacerle el amor, porque no siente el más mínimo deseo por ella. Ella se casa con alguien más, aunque acepta verlo a escondidas -sin ningún acercamiento erótico-. Él la lleva a un bar, donde queda seducido por el torso desnudo de un hombre. 

Mishima, cuando era niño, se fascinó con el cuadro sobre San Sebastián de Guido Réni, al grado que, después de dedicarse al físico culturismo, se tomó fotos imitando esa imagen, asociada con la homosexualidad. Mishima lo era. Sin embargo, se casó cuando vio que su abuela estaba en peligro de morir, con el fin de darle el placer de que tuviera descendencia. ¡Se casó para complacer a la abuela!

En El pabellón de oro, Mishima nos describe cómo el personaje, ávido de belleza, concentrada como un élixir en el famoso templo, decide quemarlo porque la destrucción es la única manera de liberarse de la esclavitud de aquelo que nos posee. El arte de la abolición, el arte de la destrucción del arte.

El emperador Hirohito, antes del final de la Segunda Guerra Mundial, enviaba a los jóvenes japoneses al suicidio en aviones kamikaze. Para cualquiera de esos jóvenes, esa muerte era un honor, porque lo era servir al Emperador. Pero el máximo líder acepta, al rendirse Japón, que no es un Dios. Mishima lo vive como una traición infinita. Tratando de recuperar las raíces pérdidas de la tradición nipona, crea un grupo paramilitar, el Takenokai. El 25 de noviembre de 1970 toman el Palacio, apresan al general y Mishima lanza un discurso a la multitud reunida. No lo escuchan por el ruido de los helicópteros. Entra y comete seppuku; su discípulo Morita erra el golpe definitivo en el cuello. Tiene que ser Hiroyasu Koga el que termine el trabajo. Ese mismo día, en la mañana, Mishima había mandado a su editor el último tomo de su tetralogía El mar de la tranquilidad.

Marguerite Yourcenar escribió el libro Mishima o la visión del vacío. El último párrafo dice: «Y ahora, reservada para el final, la última imagen y la más traumatizante; tan impresionante que ha sido reproducida muy pocas veces. Dos cabezas sobre la alfombra del despacho del general, colocadas la una junto a la otra, casi tocándose, como dos bolos., Dos objetos, restos ya casi inorgánicos de estructuras destruidas y que luego, una vez pasados por el fuego, sólo serán residuos minerales y cenizas; ni siqiuera temas de meditación, porque nos faltan datos para meditar sobre ellos. Dos restos de un naufragio, arrastrados por el Río de la Acción, que la inmensa ola ha dejado por un momento en seco, sobre la arena, para volver a llevárselos después».

Cuatro ases : Akutagawa, Abe, Tanizaki, Kawabata y un jóker, Mishima. Hay que leerlos. 

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