El pretérito imperfecto de Flaubert 

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

A Ricardo Ancira 

I. Un repaso por la obra del creador de la novela moderna

A lo largo de muchas semanas, gracias a la hospitalidad de Morfemacero, hemos revisado los 11 tomos de la correspondencia de Flaubert, en la edición de Conard (1926), Madame Bovary, Salammbô, Tres cuentos, Bouvard y Pécuchet y el Diccionario de tópicos, así como la biografía de Flaubert de Herbert Lotman, la metaliteratura de las novelas Mademoiselle Bovary, de Maxime Benoit-Jeannin y Monsieur Bovary, de Laura Grimaldi; El idiota de la familia, el libro que le consagró Jean Paul Sartre, y El loro de Flaubert el que le dedicó Julian Barnes. Ha llegado el momento de la cereza en el pastel: La educación sentimental, publicada en 1868. 

II. La ilusión de la realidad

Decía Albert Thibaudet que: «Emma sueña con la vida pero no sueña su vida, ella la vive patéticamente y la prueba suprema de ello es su suicidio. Por eso Madame Bovary se ha impuesto más al público, que lo que pide a una novela es que le dé la ilusión de la realidad, y no que le dé a entender que la realidad es una ilusión».

La educación sentimental nos relata el amor que despierta en Fréderic Moreau, un joven venido de provincia, Madame Arnoux (en la realidad, el amor que sentía el joven Gustave Flaubert por la más madura Elisa Schelinger, su amor de juventud). Ese amor lo enloquece y lo contrasta con todas las mujeres del mundo: «Las prostitutas que encontraba bajo las farolas de gas, las cantantes cuando lanzaban sus trinos, las amazonas sobre sus caballos al galope, las burguesas de a pie, las modistillas en sus ventanas, todas las mujeres le recordaban a ella, ya fuese por similitudes, ya por violentos contrastes […] Ella sonreía a veces, y posaba sus ojos en él un momento. Sentía él entonces que sus miradas le penetraban el alma, como esos grandes rayos de sol que descienden hasta el fondo del agua». 

Se suceden encuentros y desencuentros. Fréderic pasa de estudiante pobre a joven rico, al recibir una herencia de su tío y llega incluso a pagar parte de la deuda del esposo de su amada, por ella; por supuesto, para poder seguirla viendo. Un día se encuentran.

        «– ¿Se ha acordado usted de mí alguna vez?

         — ¿Por qué debería haberme acordado?

        Fréderic se sintió herido.

       –Tal vez tenga usted razón, después de todo.

       Pero se arrepintió en seguida, y juró que no había vivido un sólo día sin sentirse devastado por su recuerdo.

       –No le creo ni una palabra de lo que dice, señor.

       –Y, sin embargo, sabe usted que la amo.

       La señora Arnoux no respondió.

       –Usted sabe que la amo.

        Ella guardó silencio». 

        Pasan los años. Tienen un último encuentro. Ella regresará a provincia, con su marido, arruinado económicamente. Él ha perdido la inocencia en todos sentidos (como Julián Sorel en Rojo y Negro de Stendhal). 

        «Ella suspiró; y tras un largo silencio:

        –No importa, nos hemos amado realmente.

        –Sin pertenecernos, sin embargo.

        –Tal vez haya sido mejor así –dijo ella.

        –¡No! ¡No! ¡Qué felicidad habríamos tenido!

        –Oh, ya lo creo. ¡Con un amor como el suyo!»

        Ella le preguntó si era cierto que pensaba casarse, como se rumoraba.

        Él juró que no.

        –¿Seguro? ¿Por qué?

        –A causa de usted –dijo Fréderic, estrechándola en sus brazos.

        Ella se dejó, ligeramente echada hacia atrás (como Emma Bovary en el hombro del vizconde, agrego yo), con la boca entreabierta y los ojos hacia arriba. De repente, ella le rechazó con un gesto de desesperación; y como él le suplicase, dijo ella bajando la cabeza:

       –Hubiera querido hacerle feliz».

III. El pretérito imperfecto.  

Siempre he pensado que en esa frase se resume, se condensa, toda la obra de Flaubert, en ese tiempo verbal tan suyo: «hubiera querido». Y es que el pasado siempre es imperfecto, en la vida de cualquier ser humano.  

Empecemos con sus personajes: Salammbô hubiera querido morir de otra manera; Emma hubiera querido que los hombres de su vida fueran menos idiotas y egoístas; Bouvard y Pécuchet hubieran querido tener certeza sobre algo, al menos; Felicidad hubiera querido que su sobrino no hubiera muerto y que su loro viviera tanto como ella… Flaubert hubiera querido escribir con facilidad; hubiera querido que su hermana no se muriera y muchos años después hubiera querido no perder su dinero por los malos manejos del esposo de su sobrina… Y hubiera querido terminar sus libros inconclusos…

Y, sin embargo, a pesar de que no alcanzó lo que «hubiera querido» Flaubert fraguó, escribiendo como los dioses, una obra inmortal. Sus derrotas y su desvalimiento ante la muerte de sus amigos Louis Bouilhet, Louise Colet y George Sand, lo hicieron más humano y más sabio. No era un Victor Hugo–un alma a la altura de la de Goethe– pero hizo lo que pudo. Y eso que pudo, a pesar de los «hubiera querido» que no logró, me permiten decirle: 

         Monsieur Flaubert, Merci beaucoup. Gracias por haber creado los personajes y las situaciones que nos han regalado «la ilusión de la realidad». Para mí, como para todos sus lectores, Emma, Salammbô, Felicidad, Bouvard, Pécuchet y Madame Arnoux, existen, son reales. Volver realidad los productos de la imaginación es el don y el privilegio de los grandes artistas. Usted, a quien muchos, en su tiempo y en la posteridad trataron como tonto (como Sartre) es el ganador. Estoy seguro de que sus obras, producto de «la orgía perpetua» de escribir, permanecerán por siempre en el corazón de sus lectores, por los siglos de los siglos. Amén. 

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