La muchacha y el niño de Egtved

Culturas impopulares

Jorge Pech Casanova

En el Museo Nacional de Dinamarca, en Copenhague, los visitantes pueden conseguir una cerveza que probablemente paladearon los pobladores de Jutlandia en la Edad del Bronce. Se llama Egtvedpigens Bryg (Cerveza de la Novia de Egtved). Es un fermento elaborado con malta de trigo, miel, mirto y arándanos, cuyos residuos secos permanecieron en un cubo o cubeta de abedul dentro de una tumba de más de tres mil años de antigüedad, cerca de la población danesa de Egtved.

A las afueras de esta localidad ubicada en el centro de la península de Jutlandia, en el sur de Dinamarca, la excavación de un montículo en 1921 condujo al descubrimiento de un túmulo funerario excavado aproximadamente en el año 1370 antes de nuestra era. En él los arqueólogos hallaron, dispuesto sobre una base de piedras, un ataúd hecho con un tronco hueco de encino, cortado a la mitad; la parte inferior contenía el cuerpo de una mujer y la superior sirvió como tapa del catafalco. En el fondo del ataúd los enterradores colocaron una piel de vaca, sobre la cual dispusieron cuidadosamente el cuerpo y dos ofrendas. Cubrieron a la difunta con una manta de lana y cerraron su cajón. Junto al contenedor funerario dejaron los huesos calcinados de un niño, envueltos en telas.

Cuando el hipogeo fue abierto tres mil trescientos años después, poco quedaba del cuerpo femenino: el cabello, parte del cerebro, dientes, uñas y restos de piel. Sin embargo, su vestimenta funeraria subsistió: una túnica corta de mangas largas y una falda de cordeles que le llegaba a los muslos. Sobre la parte en que estuvo el estómago había un cinturón con disco de bronce decorado con espirales, y atado al cinto, un peine de cuerno. Junto a la cabeza le dejaron una cajita de corteza con un punzón o lezna de bronce y una redecilla para el cabello. A los pies de la difunta colocaron el cubo o cubeta de madera de abedul. Todos estos objetos quedaron marcados en los residuos de la piel de vaca del fondo, de la cual sólo restaban los pelos. De la manta de lana que cubría el conjunto, apenas subsistieron hilachos.

Al estudiar los dientes y uñas del cadáver, los arqueólogos pudieron no sólo datar su antigüedad, sino descubrir que el cuerpo perteneció a una joven de 16 a 18 años. Durante el siglo que sucedió a su descubrimiento, la tumba de Egtved fue aportando muchos datos a los especialistas.

Para empezar, pudieron identificar los residuos marrones del cubo de abedul como una variedad de cerveza que Birthe Skands, especialista de Cervecería Skands, se animó a tratar de reproducir. Logró una bebida de 5.5 por ciento de contenido alcohólico, ligeramente superior al de las cervezas comunes. El fermento de Skands ha de tener un sabor menos bronco que el que paladeó la muchacha de Egtved, probablemente similar al del hidromiel que beben en el Valhalla los vikings muertos en combate (vikings, como exigía Borges, y no “vikingos”, pues de otro modo, “tendríamos que hablar de Kiplingo”).

Lo que sorprendió a los estudiosos de la reliquia de Egtved, al examinar los dientes del cuerpo con tecnología más avanzada, fue descubrir que no era vecina de Jutlandia, como se creyó, sino que provino de lo que ahora es la Selva Negra, Alemania, haciendo un recorrido de aproximadamente 800 kilómetros de distancia. Y había hecho tal viaje en al menos dos ocasiones. El cinturón de disco hallado en el entierro tampoco era originario de Jutlandia. Es posible que fuese producto de intercambios culturales entre el norte y el sur del actual territorio danés.

Karin Frei encabezó un equipo de investigadores del Museo Nacional de Dinamarca para averiguar más datos sobre la muchacha de Egtved. Suponen que fue enviada de la Selva Negra a casarse con algún cabecilla de Jutlandia. Al analizar los remanentes de estroncio en las uñas y el cabello de la sepultada, hallaron que en sus años finales la muchacha hizo el viaje de la Selva Negra a Jutlandia, viajó de nuevo a lo que en la actualidad es Alemania y volvió a Jutlandia poco antes de morir.

En cuanto a los restos del niño, quien al fallecer tenía cinco o seis años de edad, se los relacionó con un sacrificio humano en ofrenda a la fallecida, pero el académico Kristian Kristiansen, de la Universidad de Gothenburg, tiene la teoría de que la joven, tras casarse en Jutlandia, fue enviada a su tierra natal en compañía de un “hermanastro” cuya crianza se le encomendó a su pueblo.

En reciprocidad, la gente de la Selva Negra envió a la joven de vuelta acompañada por un niño que había de criarse en Jutlandia. Kristiansen opina que el niño murió durante el viaje de regreso, fue cremado en el trayecto y sus despojos enterrados con su joven guía cuando ella murió a su vez en Dinamarca, poco después del retorno. Su elaborada sepultura indica que fue honrada por sus anfitriones de Jutlandia.

El viaje de 800 kilómetros en aquel territorio salvaje debió ser difícil y abundar en peligros. No sería extraño que, para un niño de cinco o seis años, resultara fatal aquella aventura. Y la joven que hizo el trayecto de ida y vuelta, ha de haber retornado consumida por la proeza.

Otros investigadores creen que la vestimenta de la muchacha de Egtved era el ropaje ceremonial de un grupo de danzantes. La falda de cordeles era una larga tira de 38 centímetros que se aseguraba con dos vueltas a la cintura de su portadora, y el disco de bronce que completaba el atavío pudo ser un símbolo del sol. Así, la joven enterrada hace tres mil quinientos años habría ejecutado danzas de un ritual solar con su sencillo atuendo.

Por su parte, la experta cervecera Birthe Skands tuvo conocimiento de que el cubo en el ataúd de la joven contenía una bebida probablemente fermentada con miel. Los analistas identificaron, además, una mezcla de arándanos, mirto de turbera y grandes cantidades de polen, incluyendo polen de lima.

Empleando esos ingredientes, Skands preparó una cerveza moderna con la que se puede hoy en día brindar a la memoria de la joven dama de Egtved, tres milenios y medio después de su deceso. El desembolso de 35 coronas danesas en la tienda del Museo Nacional de Dinamarca permite efectuar en la actualidad ese brindis tres veces milenario. Acaso en el Valhalla lo retribuyan las almas de los vikings.

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