La correspondencia de Flaubert (1869-1872)

El laberinto del mundo

José Antonio Lugo

Seguimos revisando la edición Conard. Estos años fueron muy difíciles. Salió publicada La educación sentimental. Las críticas no se hicieron esperar. Murió su madre y algunos de sus amigos más queridos. Prusia invadió París –70 años antes de que los nazis lo volvieran a hacer–. Tuvo problemas de salud y económicos. Mantuvo, sin embargo, su amistad con la escritora George Sand –mayor que él– y con la princesa Matilda. Veamos. 

     A George Sand, primero de enero de 1869: «Uno no elige los temas, ellos se imponen». 

     2 de febrero de 1869: «¿Conoce algún crítico que se inquiete por la obra en sí? Se analiza el medio en el que se produjo y sus causas, pero… ¿la poética, su composición, su estilo, el punto de vista del autor? Jamás». 

     24 de febrero de 1869: «La vida debe ser una educación incesante: hay que aprender todo y luego hablar hasta la muerte». 

     A la princesa Matilda, 1869: «Os anuncio la muerte de mi pobre Bouilhet. Acabo de dejar en la tierra una parte de mí mismo, un viejo amigo cuya pérdida es irreparable» (Bouilhet, junto con Maxime du Camp, fueron los dos amigos que criticaron a Flaubert después de escuchar su primera versión de Las tentaciones de San Antonio. Le dijeron que abandonara el lirismo y se concentrara en contar una escena de la vida real. Sin saberlo, cambiaron el rumbo de la novela. Así nació Madame Bovary). 

     A Ernst Feydau: «Habría que ser filósofo y «hombre de espíritu», como decía el gran Sade. Pero no es fácil». 

     A Maxime du Camp, 13 de octubre de 1869: «Saint-Beuve ha muerto. ¡Uno más que se va! ¡La pequeña banda se reduce! Ahora, ¿con quién hablar de literatura?». 

     A su sobrina Carolina, 15 de noviembre de 1869: «Fragmentos de La educación sentimental aparecerán mañana en una treintena de periódicos».

     A Georges Sand, 3 de diciembre de 1869: «Me tratan de cretino y de canalla, en nombre de la moral y del Ideal. (…) Estoy sorprendido de tanto odio y mala fe (…) En cuanto a los amigos, tienen miedo de comprometerse o me hablan de otra cosa. (…) Me pregunto: ¿para qué publicar?».

     A León de Saint-Válery, 15 de enero de 1870: «Usted me pregunta: ¿Debo continuar haciendo novelas? Va mi opinión: hay que escribir siempre. Ni nosotros mismos ni nuestros contemporáneos sabemos que quedará de nuestras obras». 

     A George Sand, mayo de 1870: «¿Conoce usted en París una sola casa de edición que hable de literatura? Sólo se habla de los exteriores, el éxito, la moralidad, la utilidad, el objetivo, etc. Me parece que me he vuelto un fósil, sin relación con la creación circundante».

     A Edmond de Goncourt, 26 de junio de 1870 (después de la muerte de su hermano Jules): «¡Cómo lo lamento, pobre amigo!»

     A George Sand, septiembre de 1870: «Los griegos del tiempo de Pericles hacían arte sin saber si tendrían para comer al día siguiente. ¡Seamos griegos!»

     A Ernst Feydeau, 17 de octubre de 1870: «¿Qué quieres que te diga? Vivo todavía porque no se muere de tristeza. Esperamos a los prusianos. El presente es abominable y el futuro feroz». 

     A la princesa Matilde, 23 de octubre de 1870: «Pobre Francia, ella, que después de cien años se ha batido por América, por Grecia, por Turquía, por España, por Italia, por Bélgica, por todos, hoy nos miran morir, fríamente». 

     A George Sand, 11 de junio de 1871: «Regreso de París. La peste de los cadáveres me disgusta menos que las miasmas de egoísmo que exhalan todas las bocas».

     A su sobrina Carolina, 24 de junio de 1871: «Estoy siempre en el budismo y te agradezco que me hayas buscado el Lotus de la Bonne«. 

     A George Sand, 8 de septiembre de 1871: «Nuestra ignorancia de la historia nos lleva a calumniar nuestro tiempo. Siempre hemos sido así. Algunos años de calma nos hicieron equivocarnos. Así es. No debemos considerarnos mejores que como se consideraban en el tiempo de Pericles o de Shakespeare, épocas atroces donde se hicieron cosas bellas».

     5 de octubre de 1871: «No creo en las distinciones de clase. Las castas pertenecen a la arqueología. Creo que los pobres odian a los ricos y que los ricos tienen miedo de los pobres. Así será por siempre. Todo el sueño de la democracia es elevar al proletariado al mismo nivel de estupidez del burgués. Ese sueño se ha conseguido en parte. Leen los mismos periódicos y tienen las mismas pasiones».

     A Emilio Zola, primero de diciembre de 1871, después de recibir la primera novela de la serie de los Rougon-Macquart: «Acabo de terminar su atroz y bello libro. ¡Es fuerte! ¡Es fuerte! Sólo me quejo del prefacio. Según yo, echa a perder su obra que es tan imparcial y vuela tan alto. Allí revela su secreto, lo que me parece cándido. Además, da su opinión, lo que en mi poética personal un novelista no tiene el derecho de hacer». 

     A Maxime du Camp, 6 de abril de 1872: «Mi madre acaba de morir. Te abrazo, querido Máximo, mi viejo compañero».

     A Edmond de Goncourt, 6 de abril de 1872: «Mi madre acaba de morir. Le pido no venga al entierro. Eso renovaría su dolor; es suficiente con el mío. Un abrazo».

     A George Sand, primeros días de mayo de 1872: «¿Sabe usted que mi pobre Teo (Teóphile Gautier, precursor del simbolismo y defensor del «arte por el arte») está muy enfermo? ¡Se muere de aburrimiento y de miseria! ¡Nadie habla su lengua! Subsistimos unos cuantos fósiles, perdidos en un mundo nuevo». 

     A Madame Maurice Shlésinger, 27 de mayo de 1872: «Mientras más avanza mi vida, más triste es. Voy a entrar en una soledad absoluta». 

     A Mademoiselle Leroyer de Chantepie, 5 junio de 1872: «Vivo completamente solo. Desde hace tres años todos mis amigos íntimos han muerto. No tengo con quien hablar».

     5 de octubre de 1872: «Sigo escribiendo, pero no quiero publicar, al menos hasta que vengan tiempos mejores. Me dieron un perro: me paseo con él observando el efecto del sol sobre las hojas que se vuelven amarillas y, como un viejo, sueño con el pasado –porque soy un viejo–. El futuro para mí ya no tiene sueños y los días de antaño se presentan bañados en una luz de oro».

     A Ernst Feydeau, fin de diciembre de 1872: «Cumplí 51 años el 12 de este mes; es un consuelo». 

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