Culturas impopulares
Jorge Pech Casanova
Jaime Sabines escribió que al llorar la muerte de otra persona en realidad lloramos por nuestra personal finitud. Los hombres y las mujeres de Rusia que en enero de 1924 lloraron por la muerte de Valdimir Ilich Ulianov —mejor conocido como Lenin—, ignoraban que en realidad estaban comenzando un interminable llanto por cada una y cada uno de los dolientes y sus futuras descendencias.
El fin de Lenin había comenzado seis años antes, cuando la anarquista Feiga Jaimovna Roytblat-Kaplán, conocida como Fanya Kaplán, le disparó tres tiros al jerarca soviético el 30 de agosto de 1918. Dos disparos alcanzaron al líder en el hombro y el pulmón izquierdos. Temió Lenin ser víctima de otros intentos de asesinato y rehusó trasladarse a un hospital. En el edificio donde se guareció lo atendieron sus médicos; en consecuencia, la curación fue insuficiente.
Al ser capturada después de atacar al presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Kaplán declaró: “Hoy disparé a Lenin. Lo hice con mis propios medios. No diré quién me proporcionó la pistola. No daré ningún detalle. Tomé la decisión de matar a Lenin hace ya mucho tiempo. Lo considero un traidor a la Revolución”.
La presunta atacante fue aislada en una prisión secreta y ejecutada el 3 de septiembre de 1918. De nada le valió a Fanya Kaplán que nadie pudo identificarla como la persona que disparó a Lenin, y que el arma presentada no pudo validarse como la misma del atentado.
Lenin continuó sus acciones como presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo. Intentaba fortalecer este Consejo frente al avance de figuras cuyo desempeño reprobó, como el secretario general del Partido Bolchevique, Iósif Stalin, a quien observaba con reprobación.
En diciembre de 1921 Lenin enfermó a causa de las secuelas del atentado. Sintiendo que su fin estaba próximo, en 1922 el líder máximo emprendió una serie de reformas para restar poder a Stalin y a otros dirigentes. Intentó darle mayores poderes al Consejo de Comisarios pero, desde su secretaría partidista, Stalin copaba a su jefe para adquirir mayor influencia en el Politburó y en el Comité Central del Partido.
Stalin le ocultaba información política sustancial a Lenin “por el bien de su salud”, al grado de que en el Comité Central se discutió la propuesta de emitir una edición exclusiva del diario Pravda destinada sólo a Lenin, con sólo buenas noticias.
Lo que el enfermo líder percibía en el comportamiento de sus principales colaboradores lo llevó a escribir un documento, considerado su “testamento político” en el que censuraba a los líderes soviéticos:
“Creo que lo fundamental en el problema de la estabilidad son los miembros del Comité Central como Stalin y Trotsky. Las relaciones entre ellos, a mi modo de ver, encierran más de la mitad del peligro de esa escisión que se podría evitar. El camarada Stalin ha concentrado en sus manos un poder inmenso, y no estoy seguro de que siempre sepa utilizarlo con la suficiente prudencia. Por otra parte, el camarada Trotsky no se distingue únicamente por su gran capacidad. Personalmente, quizá sea el hombre más capaz del actual Comité, pero está demasiado ensoberbecido y atraído por el aspecto puramente administrativo de los asuntos”.
Respecto a Stalin, Lenin fue categórico:
“Stalin es demasiado brusco, y este defecto, plenamente tolerable en nuestro medio y en las relaciones entre nosotros, los comunistas, se hace intolerable en el cargo de Secretario General. Propongo a los camaradas que piensen cómo pasar a Stalin a otro puesto y nombrar para este cargo a otro hombre que se diferencie del camarada Stalin en todos los demás aspectos sólo por una ventaja, a saber: que sea más tolerante, más leal, más correcto y atento con los camaradas, menos caprichoso, etc. Esta circunstancia puede parecer una fútil pequeñez. Pero creo que, desde el punto de vista de prevenir la escisión y de lo que he escrito antes acerca de las relaciones entre Stalin y Trotsky, no es una pequeñez, o se trata de una pequeñez que puede adquirir importancia decisiva”.
Lenin dispuso que su “testamento” fuese dado a conocer en la Conferencia del Partido Bolchevique a mediados de 1923, pero en marzo de ese año sufrió un infarto que lo dejó sin poder hablar ni moverse. Permaneció en esa condición hasta el 21 de enero de 1924, cuando murió a la edad de 53 años.
Su esposa Krupskaya mantuvo el documento en secreto, con la esperanza de que el líder se recuperase. Al morir Valdimir Ilich, Krupskaya entregó el “testamento” a los jerarcas soviéticos. Stalin y los demás jefes leyeron con alarma el documento que los condenaba. No lo difundieron por escrito, sino solamente fue leído en voz alta a reducidos grupos de delegados. Hasta 1927 se autorizó que el documento circulara impreso, con partes censuradas.
Mientras tanto, Stalin no sólo consiguió permanecer en su puesto de secretario general del Partido, sino que utilizó el documento póstumo de Lenin para lograr un poder absoluto. Fue deshaciéndose de los jerarcas que estaban en una posición de poder similar a la suya, como Lev Kámenev y Grigori Zinóviev, a quienes mandó ejecutar. A otros, como a Lev Trótsky, los desterró y persiguió durante años hasta conseguir su asesinato.
El día que enterraron a Lenin la temperatura fue de 30 grados bajo cero. Con nieve e intenso frío, millones de dolientes fueron a despedir al dirigente, desfilando ante su cadáver embalsamado. No sabían que ese gesto fúnebre inauguraba un largo y atroz luto compartido.
Como lo temía Lenin, el Partido pronto se escindió. Stalin se convirtió en el dictador de la Unión Soviética e hizo padecer su sanguinario mandato a los soviéticos durante casi treinta años, hasta que falleció a sus 75 años.
La muerte de Stalin comenzó el 28 de febrero de 1953 después de una reunión con sus incondicionales Lavrenti Beria, Gueorgui Malenkov, Nikita Jrushchov y Nikolái Bulganin. Otros aseguran que también estuvieron en esa reunión Lázar Kaganóvich y el mariscal Kliment Voroshílov, quienes riñeron con el dictador.
Al día siguiente el tirano se mantuvo encerrado en su habitación. Temerosos, sus asistentes no se atrevieron a inquirir por su amo. En la noche, su mayordomo se atrevió a importunarlo. Tirado en el piso lo halló. Un ataque cerebrovascular lo había fulminado pero seguía con vida. Agonizó varios días, en los que a ratos despertaba. Su cancerbero Beria se mantenía a su lado, rogando por su restablecimiento cuando el tirano abría los ojos, e insultándolo cuando quedaba inconsciente. La noche del 5 de marzo de 1953, a Iósif Stalin le sobrevino la muerte. Sus inconsolables vasallos pudieron dar un respiro a su terror cuando Beria fue ejecutado sin ceremonias a los pocos días y las listas de persecución y muerte fueron canceladas… temporalmente.

Deja un comentario