Dibujar a la pantera rosa

Culturas impopulares

Jorge Pech Casanova

En la primaria los maestros mantenían la sana práctica de pedirnos que dibujáramos como tarea en el aula. Ignoro si la pedagogía de entonces señalaba lo importante que es alentar la creatividad infantil mediante actividades como el dibujo, o simplemente nos tocaron en suerte maestros que disfrutaban trazos y colores presentados por sus estudiantes.

Mis dibujos en el salón de clases nunca resultaron muy afortunados, a diferencia de los que lograban otros compañeros (hice la primaria en un colegio sólo para niños). Trataba de dibujar árboles y me salían defoliados. Intentaba una noche estrellada pero las estrellas eran demasiado grandes, amarillas y esquemáticas; la combinación de colores con la cual pretendía imitar “la verdadera oscuridad de la noche” lucía asaz morada.

Mis profesores, atribulados, miraban mis dibujos y me ponían calificación baja pero suficiente: 7 de 10. Creo que si hubiesen seguido sus impulsos me hubieran reprobado, pero fallar en dibujo acaso hubiese sido traumático y me evitaron esa mortificación.

Para mí, cada dibujo entregado confirmaba mi falta de habilidad. Pero no me detuve y seguí presentando monigotes como si fuesen ilustraciones de revista. En esos años nunca había visto un buen dibujo original. Faltaba una década para que eso ocurriera.

Además de las historietas de Editorial Novaro, mayormente con personajes de Walt Disney, los dibujos que conocía era los animados de la televisión. Había algunos que me gustaban mucho más que otros. Entre mis favoritos estaban los de El Show de La Pantera Rosa, personaje que crearon el productor David H. DePatie y el director Isadore “Friz” Freleng en 1963 por encargo del director Blake Edwards, para su película La Pantera Rosa.

La secuencia de Freleng y DePatie fue tan bien recibida que sus creadores volvieron a ser llamados por Blake Edwards al año siguiente para el segundo film de la serie, Un disparo en la oscuridad, cuyos títulos introductorios animaron entonces con el personaje de El Inspector y de nuevo con el magnífico tema musical de Henry Mancini.

Para 1969, DePatie y Freleng decidieron lanzar a sus personajes en la serie animada El Show de la Pantera Rosa. Las diferentes versiones del programa se sucederían hasta 1978.

El personaje rosado parece esquemático, pero Isadore “Friz” Freleng y su equipo de animadores aplicaron en él todos los conocimientos que el director había acumulado con los 266 episodios de animación que dirigió entre 1934 y 1963 para la compañía Warner Brothers. Sus trabajos incluyeron la creación o el desarrollo de figuras como Porky, Sam Bigotes, Piolín, el gato Silvestre, la Abuelita y Speedy González, sin faltar Bugs Bunny.

Poco antes de que la serie de DePatie y Freleng finalizara, elegí a la pantera rosa para un dibujo en la clase. Recordando un episodio de la serie, quise dibujar al personaje montado en patines, con un puñado de billetes en la mano, camino a un puesto de hamburguesas.

El resultado fue tan poco feliz como mis dibujos anteriores; para evidenciar que la pantera iba en patines y llevaba en la mano dinero, hice los patines y los billetes enormes, al igual que el puesto de hamburguesas con que finalizaba la escena. Pese a que el rosa mexicano de la pantera la hacía destacar, el verde de los billetazos y el gris plata de los patines competían torpemente con el personaje. El profesor me puso el previsible 7 en la tarea.

Terminé la primaria sin adelantar nada en mis dibujos, aunque uno de mis anhelos en esa época era hacer historietas. En la secundaria debía dibujar para las clases de biología y física. Los tristes resultados no contribuyeron en nada a la ciencia y muy poco a mis calificaciones: como ya existían las fotocopias, hacía copias de ilustraciones de libros y las coloreaba, intentando añadir detalles que atisbaba en el microscopio escolar.

En la preparatoria no tuve que dibujar, y menos en la carrera de derecho. Entonces tuve la oportunidad de ver las primeras obras pictóricas que me fascinaron… en carteles. Eran reproducciones de Rufino Tamayo. Observándolas, entendí que nunca lograría esa clase de imágenes. El pintor oaxaqueño encendió en mí la admiración por las artes visuales.

Ya adulto, contra toda sensatez, me sumé a un proyecto para hacer dibujos animados en Yucatán. No intenté dibujar, sino escribir los guiones de la serie. El equipo de dibujantes se esforzó heroicamente en la animación, pero la idea de fondo era absurda, el director inepto, el objetivo descomunal. En un par de meses la empresa quebró. Poco antes, hui del “estudio”.

Al recordar mi malograda copia del divertido personaje de Freleng y DePatie, me doy cuenta de que el error fundamental de aquel dibujo es un defecto con el que me debato en todo trabajo: la excesiva aplicación a los detalles me hace distraerme en minucias y descuidar la parte central de la composición. Nunca he logrado dibujar o pintar un árbol, porque me empeño en pintar hoja por hoja en vez del tronco y el follaje.

En mi escritura ese defecto de desmesura está siempre saltando de una línea a otra, de un párrafo a otro, de un relato a un ensayo o a un poema, impidiendo la ágil figuración del dibujante que, con un trazo, resuelve todo un retrato o un paisaje. Como colocar palabras una tras otra es más fácil que trazar o colorear figuras, con mucho tiento he buscado eliminar los excesivos detalles en cuanto escribo. Nunca sé si lo consigo.

Al final, las obras humanas son superadas por la naturaleza o por lo sagrado. Aunque las desmesuras y excesos me atribulan a veces, siempre recuerdo la historia que cuenta J. R. R. Tolkien en Hoja de Niggle, sobre un pintor que nunca logró terminar un cuadro con un árbol que imaginaba, y al fin, en un territorio misterioso, halló aquel árbol pletórico de follaje:

“Todas las hojas sobre las que él había trabajado estaban allí, más como él las había intuido que como había logrado plasmarlas. Y había otras que sólo fueron brotes en su imaginación y muchas más que hubieran brotado de haber tenido tiempo. No había nada escrito en ellas; eran sólo hojas exquisitas; pero todas llevaban una fecha; nítidas como las de un calendario”.

Para quien es incapaz de completar un paisaje, no está mal imaginar que muchos años después de su fracaso, alguien podría recordarlo con las palabras de Tolkien: “era pintor por vocación; de segunda fila, desde luego. Con todo, una hoja pintada por él posee un encanto propio. Se tomó muchísimo trabajo con las hojas, y sólo por cariño. Nunca creyó que aquello fuera a hacerle importante”.

Una respuesta a “Dibujar a la pantera rosa

Add yours

Deja un comentario

Un sitio web WordPress.com.

Subir ↑