Ingeniería, sí, vil

Administración de los males públicos

Jorge Pech Casanova

No es la primera ocasión en que un profesional de la ingeniería aspira a la presidencia de la república. El ingeniero civil Heberto Castillo Martínez (1928-1997) se presentó a las elecciones presidenciales de 1988 por el Partido Mexicano Socialista, el mismo año en que el ingeniero civil Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (1934) se presentó como candidato del Frente Democrático Nacional, agrupando a tres partidos con registro: Auténtico de la Revolución Mexicana, Popular Socialista y Frente Cardenista de Reconstrucción Nacional.

Heberto Castillo destacó en la historia por apoyar movimientos de trabajadores —como el de ferrocarrileros y el de médicos—, pero, sobre todo, por respaldar el movimiento estudiantil de 1968 cuando era profesor en la Facultad de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México. Durante ese movimiento, fue secuestrado por policías, quienes le propinaron una golpiza que le causó fisura en el cráneo, herida en el vientre y luxaciones en los dedos de las manos.

Castillo era no sólo respetado sino temido en la Facultad. Vicente Leñero, quien estudió ingeniería antes de dedicarse al periodismo y la dramaturgia, relató que en una clase de estructuras hiperestáticas Catillo lo pasó al pizarrón y, al tartamudear el estudiante en sus respuestas, el profesor lo increpó con aspereza. El propio mentor le confió a su esposa que no fue un buen maestro porque “había sido demasiado rígido, duro”.

Además, Heberto Castillo fue un inventor reconocido por el sistema estructural que desarrolló, llamado tridilosa. La tridilosa, explican especialistas, es un sistema de estructuras mixtas de fierro y concreto que permite hacer uso de la menor cantidad de material posible para la construcción de losas. Es fama que el ingeniero probó la resistencia de su sistema colocando un camión de cincuenta toneladas de pesos sobre un techo que estaba construyendo para el Banco Agrícola Ganadero de Toluca. Posteriormente la tridilosa se empleó en otros países para tender puentes.

Por su parte, el ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas terminó sus estudios universitarios en París y volvió a México para dedicarse a su profesión a partir de 1955. Desde entonces se afilió a la Sociedad Mexicana de Planificación y a la Sociedad Interamericana de Planificación, la cual presidió entre 1970 y 1974. Además, en 1964 fue ingeniero residente en la construcción de la presa La Villita, a las órdenes de Heberto Castillo.

Ambos ingenieros contendieron en las elecciones presidenciales de 1988, sin conseguir el cargo; Castillo, por lo minoritario de su respaldo; Cárdenas, por el fraude electoral operado desde la Secretaría de Gobernación por Manuel Bartlett. Después de ese revés, Cárdenas y Castillo encabezaron la creación del Partido de la Revolución Democrática, que al paso de los años conseguiría importantes logros políticos hasta el proceso que le dio la presidencia de la república a Andrés Manuel López Obrador en 2006, arrebatada por instrucciones del entonces presidente Vicente Fox Quezada.

Cabe recordar que la formación política tanto de Heberto Castillo como de Cuauhtémoc Cárdenas se dio con Lázaro Cárdenas del Río, por ser Cuauhtémoc hijo del ex presidente y Heberto colaborador del general en sus iniciativas de apoyo a las poblaciones marginadas de la república.

Tanto Castillo como Cárdenas se convirtieron en los principales representantes de la izquierda democrática a partir de 1987 y lograron unificarla en un partido que tuvo actuación destacada en la política mexicana hasta 2012, cuando López Obrador rompió con el PRD para impulsar el Movimiento de Regeneración Nacional que lo llevó a la presidencia en 2018.

Castillo falleció cuando el PRD era una opción política de creciente respetabilidad. Cárdenas renunció al partido que él fundó en 2014, se volvió errático y se ha desdibujado como figura pública. El partido que los dos ingenieros convirtieron en la principal fuerza opositora al régimen priista y panista se fue descomponiendo de 2012 a 2022, hasta convertirse en el lastimero y moribundo lacayo de los dos partidos que antes impugnó.

Y cuando los agonizantes remanentes del PRD se uncen de manera ignominiosa a las artimañas del PAN y del PRI (partidos desahuciados de la derecha arcaica), surge como candidata a la presidencia de la república, impulsada por ese patógeno trío político, una ingeniera cuya trayectoria no figura en el campo de las obras públicas, ni en el de la academia ni en el de la invención, sino en el del empresariado que se benefició participando en gobiernos corruptos.

Xóchitl Gálvez destaca como una empresaria que detenta un cargo de representación popular y que ha hecho grandes negocios al amparo del poder, sobre todo desde que fue parte del gabinete de Vicente Fox Quezada.

Al ser nombrada el 3 de septiembre de este año como la candidata del PRI, el PAN y el PRD a la presidencia de la república, Gálvez alardeó: “Soy ingeniera y para mí los problemas no se arreglan con ideología, los problemas se arreglan con soluciones”. Pero en su mensaje a la nación no incluyó propuesta alguna de tipo constructivo, académico o científico. Dijo que su plataforma es simple: “si sirve, lo vamos a dejar, si podría servir mejor, lo vamos a mejorar, y si no funciona, lo vamos a cambiar”. Obviedades tales, carentes de análisis, suelen asumirlas personas sin formación científica.

Previamente, Gálvez aseguró que no recurriría “a la ofensa, al insulto, a la descalificación”. Sin embargo, enseguida remató su simplista plataforma con un enunciado soez: “Y recuerden mi regla de oro: Ni huevones, ni rateros ni pendejos”. Lo dice una mujer que afirmó la zoncera de que posee el 80 por ciento de una empresa en la que su marido posee un imposible 30 por ciento y su hija otro insostenible 20 por ciento.

El único ingeniero que ha sido presidente de la república fue Pascual Ortiz Rubio, impuesto por el general Plutarco Elías Calles en 1929, tras el asesinato del caudillo Álvaro Obregón. El ascenso del ingeniero al poder fue posible gracias al primer fraude electoral operado por Calles mediante el Partido Nacional Revolucionario (convertido siete años después en el PRI), en contra del escritor y educador José Vasconcelos. Consecuencia de ese fraude electoral fue el asesinato y entierro clandestino de un centenar de jóvenes partidarios de Vasconcelos en el pueblo de Topilejo. Masacre por órdenes, asimismo, del Jefe Máximo.

Al ocupar la presidencia, Ortiz Rubio se sometió a Calles. El atentado que sufrió en 1930 lo dejó paranoico, al grado que en 1932 dejó el cargo para exiliarse. En sus Memorias, el expresidente escribió: “Cuando renuncié a la Presidencia me preguntaban el porqué y tuve que decirles: por haber cometido dos errores capitales: haber aceptado la presidencia apoyado por el grupo de Calles y no haber destruido ese grupo, empezando por su caudillo”.

La ingeniera Gálvez queda impuesta como candidata por designio de un grupo que encabeza el caudillo empresarial Claudio X. González. Previamente, cuando Gálvez era aspirante a la candidatura, los líderes priistas anticiparon el asesinato de su marioneta, evidenciando el método de este grupo político: su letal determinación para ocupar el poder por cualquier medio. La insidia que impone su mortífera ingeniería. Ingeniería, sí, vil.

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