La violencia para “educar”

Jorge Pech Casanova

En el mes de julio de este año las redes sociales y los medios de comunicación difundieron diversos actos de violencia gratuita de ciudadanas y ciudadanos que demuestran una total aversión hacia la educación. Actos cometidos por personas que se sienten por encima de la ley y reaccionan con violencia ante cualquier actitud contraria a sus deseos.

El 18 de julio, el pistolero Jesús Adid Hernández y su esposa Laura llegaron junto con su hijo de tres años a golpear y amenazar a la profesora Brenda, del jardín de niños “Frida Kahlo” en Cuautitlán Izcalli. Cuando la docente los recibió en la puerta del colegio, la madre del niño le jaló el cabello a la educadora y le propinó golpes en la cara mientras su marido amenazaba a la joven con una pistola. La obligaron a arrodillarse y pedir perdón al niño por un supuesto maltrato.

Al percatarse los agresores de que la cocinera del plantel intentaba pedir auxilio, el hombre la amenazó con el arma y la hizo arrodillarse para que viera cómo golpeaban a su compañera de trabajo. El niño observaba riéndose el despliegue de violencia de sus padres.

Tras difundirse en redes sociales y medios informativos la grabación del ataque, Jesús Adid y su esposa Laura acudieron a la Fiscalía local para denunciar a la profesora por presunta agresión a su hijo. Reconocidos por policías, ambos intentaron sobornar a los oficiales para que los dejaran escapar.

Con posterioridad a este hecho, medios de comunicación han revelado que Jesús Adid Hernández ha sido denunciado por otras dos agresiones: amenazó y persiguió con una pistola al conductor de una motoneta a quien le cerró el paso con su automóvil. Además, el pistolero golpeó junto con otras dos mujeres a una de sus vecinas. La agraviada se alejó de ese vecindario, pero cuando su atacante se la encontró en otro rumbo, la volvió a golpear.

En la capital de San Luis Potosí, el dueño de un establecimiento donde se practican artes marciales — Fernando Medina Ramírez, alias “El Tiburón”— fue a un expendio de comida rápida el 31 de julio e intentó obtener servicio sin esperar turno; cuando Santiago, adolescente de 15 años empleado del negocio, le pidió que se formara en la fila, “El Tiburón” lo persiguió hasta la cocina y le propinó durante más de un minuto una golpiza con puños y pies al jovencito, quien terminó hospitalizado con fracturas en la nariz y un pómulo.

Medina Ramírez ha sido grabado en otra ocasión en que propinó una golpiza a un joven en la calle. En ambas grabaciones se observa que el atacante no sólo golpea salvajemente a sus víctimas mientras se mantienen en pie, sino que, al verlas caídas, les propina puntapiés.

El fiscal de San Luis Potosí, José Luis Ruiz Contreras, declaró en una entrevista radiofónica que el ataque al joven empleado fue “una agresión artera, de acuerdo a lo que es visible y palpable”. Cuando Medina Ramírez fue aprehendido después de varios días, dirigió una sonrisa cínica a quienes lo fotografiaron arrestado.

Antes de que terminara julio, el dirigente nacional del PAN Marko Cortés grabó un llamado público “a todos los padres de familia del país, los exhortamos a que, ante el probable desacato de López Obrador, desechen los libros de texto que den a sus hijos o, al menos, les quiten las hojas que ustedes consideren que no son convenientes para la educación de sus niños”. Y el 2 de agosto, Cortés declaró al entrevistador derechista Ciro Gómez Leyva: “el llamado a los padres de familia es a que, si les dan estos libros de texto, ya sea que los destruyan en su totalidad o que las hojas o partes que no coincidan con la educación de sus hijos, simplemente sean retiradas”.

La declaración de este dirigente de un partido político conservador es una inaudita llamada a la violencia como medida educativa: destruir o censurar libros que considera contrarios a su interés. Una propuesta que creíamos propia de regímenes dictatoriales extremos, ahora se vuelve el recurso del método de políticos para confrontarse con un sistema educativo que acusan de “dictatorial”. (Y cuando los regímenes priistas y panistas distribuyeron sus correspondientes libros de texto gratuitos con sesgo ideológico, era una falta dañar esos volúmenes. Estaba indicado en los propios impresos).

No hay que olvidar que otra panista, Sandra Cuevas, —la ridícula y prepotente funcionaria que proclama en sus actos de gobierno amarse a sí misma— fue la que llamó públicamente a sus empleados a “romperle la madre” a una autoridad citadina y ahora aspirante presidencial contra la cual estaba distribuyendo propaganda sucia.

Entre los golpes que propinan un par de padres de familia a una educadora, la paliza que un abusivo empresario le da a un menor de edad que le pidió respetar los turnos de atención, la “partida de madre” ofrecida por Sandra Cuevas y el llamado a destruir libros de Marko Cortés, hay un vínculo nada sutil: personajes que se creen con derecho a agredir personas a quienes identifican como merecedoras de violencia física y anímica (en el caso de Cortés, evidencia su odio hacia los autores y los promotores de los libros de texto gratuitos).

La destrucción de libros a que convoca el líder panista —como sabemos por los muchos documentos dedicados al tema— no puede más que conducir a la agresión contra personas que defienden la convivencia pacífica. Baste recordar las quemas de libros organizadas por los nazis, que preludiaron la incineración de seres humanos en campos de exterminio. O la Revolución Cultural ordenada por Mao Tse Tung (o Mao Ze Dong, según la grafía actual), que condujo a la represión contra profesores y autores a quienes comisarios del pueblo acusaron de “contrarrevolucionarios” para enviarlos a morir en campos de trabajos forzados. O la orden de ayatolas para matar a Salman Rushdie por su novela “blasfema”. O el talibán que disparó contra Malala Yousafzai porque la niña defendió su derecho a asistir a la escuela.

Todos esos criminales pretenden “educar” cuando atacan, golpean, disparan, rompen o incendian. Al dar golpes, al herir, dan sus “lecciones”. Promueven una espiral de violencia que, de prosperar, nos colocará a todas y todos en el infierno de las comunidades condenadas a reiterar la violencia como herramienta formativa: naciones donde las letras se manchan con la sangre de quienes proponen convivir en paz y con dignidad.

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