TA MEGALA
Fernando Solana Olivares
No entendió la primera imagen. La siguiente sí. El operador de la cabina había enfocado el proyector. Luego se abismó mirando la película, el drama de una bailarina de ballet clásico. A la mitad de la función recibió un mensaje de Tino. Quería verla más tarde. No le contestó y apagó el teléfono móvil. Siguió imaginando ser la bailarina que danzaba. Camila, su mejor amiga, estaba a su lado.
Regresaron caminando por el boulevard hacia el centro. Mara decidió contestarle a Tino.
—Dile que no y quédate conmigo —le pidió Camila.
Mara sintió el deseo en su mirada y aceptó. Caminaron tomadas de la mano hasta la vetusta mansión donde vivía la amiga con una tía solterona, doña Beatriz, en un espacioso cuarto con una gran cama y un ancho, apostólico balcón.
Retozaron entre caricias y después se durmieron. Por la mañana Mara se fue sin hacer ruido ni despertar a Camila. Pasó por su casa, desayunó en silencio ante la histérica indagación materna sobre su vida, tomó un baño y se cambió para salir. Tenía clase de Epistemología Cultural II en la universidad.
***
“Técnica stop” estaba diciendo el maestro. Se sentía desganado esa mañana. Le faltaba energía. Su sagrado descontento daba la clase. Todos se quedaron inmóviles. Después siguió hablando, pero ahora estaban a la expectativa. En la sesión anterior planteó un problema que llamó paradoja de la proximidad. Contó la historia del soñante que sueña con un tesoro esperándolo en una ciudad a la que debe ir y donde se enterará del sueño de otro que ha soñado con un caudal escondido en la propia casa del soñante. Preguntó por el resultado, si alguien había hecho el ejercicio. Se alzó la mano de Mara:
—Tiene que ver con que uno posee lo que necesita, pero no lo sabe. Debe moverse y regresar para saberlo.
—¿Por ejemplo?
—Por ejemplo… usted, profe.
—¿Cómo yo, Mara?
Iba a intervenir Camila para salvarla, pero Tino se adelantó:
—No, por ejemplo, yo.
—¿Usted también? Ya somos dos. Cuéntenos lo suyo.
—Yo me fui y pensé en ella —dijo—. Regresé y aquí está. Paradoja de la proximidad, profe.
Hubo aplausos en el salón, risas, una mirada fugaz.
***
Ello Mamesa abrió la reunión diciendo: “Al chile, compañeros. Si aquí hay misóginos los vamos a confrontar”. La tarde expandía sus brillos moribundos y varios asistentes se sintieron incómodos. Su atuendo deportivo y sus gestos de karateca los intimidaban.
Profermes tenía una expresión ajena a todo eso: le daban igual las guías, los programas, las reuniones y los colegas. Pensaba en Mara, en su estrecha cintura, su largo talle, sus redondos senos. Ello Mamesa lo estaba mirando: “Hablo de usted, amigo, que se niega a firmar el dictamen de Empoderamiento III”.
—Pero no quiero que esa tontería se imparta.
Lo dijo y sonrió. La mujer lo fulminó con la mirada.
***
Víctor el Acosador volvió a su casa con el desodorante, se quitó la camisa y se lo aplicó profusamente en las axilas antes de salir al trabajo. Luego tomó los lentes oscuros, se puso el rompe vientos, subió a su motoneta y partió hacia la escuela donde trabajaba, sorteando el tráfico a toda velocidad.
Llevaba meses fuera del campus universitario, autoexpulsado y sintiéndose más vivo que antes. Estacionó la motoneta y bajó.
Mientras iba mal trapeando los corredores pensaba el mensaje cibertóxico que mandaría contra Profermes: “Típico dilema posmoculero: desinvestido (sin título) pero autorizado al pedo. O seazzz, ¿y a poco ese güey, amigo del Puñelardo, puto malandro, cree ke no habíamos oído sus mamadas? Neurosis de destino para tal insecto marica, camaradas ojetes: oprobio para él. Yo vengador”.
***
La Marca tomó la decisión esa misma tarde. A las ocho ya estaba rondando las afueras de la fábrica. Vio a la distancia que Fátima caminaba hacia la puerta. La interceptó metros antes con la pistola en la mano y la obligó a subir al automóvil. A su lado pasaban obreros y obreras que asustados no intervinieron. Tampoco los guardias de la fábrica que más allá lo miraban todo.
Estaba aterrorizada y tenía los ojos muy abiertos. La Marca presionaba con fuerza su arma en el costado de la joven. La golpeó cuando trató de gritar y estrelló su cabeza contra el tablero. Después la cubrió con una bolsa de tela. Marcó el celular y dijo: va conmigo.
***
Lucrecia movió el sostén y el micrófono se cayó. —Ay, perdón querido público, se me cayó el sostén —comentó juguetona cuando lo recogió. Creía en la espontaneidad y al micrófono decía cosas como: ya verán, radioescuchas preferidos, los volveré a seducir, antes de irse al corte, el que anunciaba con una carcajada sexi ronca y una frase sugerente.
—Para nuestro club de corazones solitarios, va una rolita sentimental y sabrosamente plañidera. Ya volvemos. Les da tiempo para agarrarse ahí. Ay, sí. No, no es cierto: no se agarren ahí —dijo entre risas. El operador de la consola puso una canción de Los Bukis. Cuando entraron de nuevo al aire preguntó:
—Apetecidos radioescuchas, ¿se agarraron ahí? Luego me cuentan ¿sí? Bueno, hete aquí nuestro acertijo de hoy: el valor añadido no depende de lo que uno hace sino de lo que los demás pueden hacer comparado con lo que uno puede hacer. Queda claro, raza bonita, ¿qué no? Y nos vamos a más música y luego a mensajes, algo breve en lo que le piensan a la cuestión que aunque parece no está cañón: ¿cuál es su IVA personal, güeyes? Recuerden que somos el sound track de su vida, como dice la competencia. Pero aquí hay más calidad que allá, mucha más cachonda calidad, raza poca madre. ¿Sí o qué? Y por si fuera poco, los ponemos a pensar. Lléguenle para probarlo. ¡Ay, papá!
***
El perro bajó por la montaña del basural para desenterrar un bulto negro que a la distancia sobresalía entre volúmenes deformes y putrefactos. Se aplicó a conciencia para sacarlo. Comenzaba a rasgar el envoltorio de plástico cuando un silbido de su amo lo detuvo. Volteó hacia él, que venía resbalándose sobre las bolsas de basura.
Arsenio el pepenador llegó dando tumbos a su lado, lo apartó del envoltorio y vio que las rasgaduras mostraban las falanges de una mano. El perro movió la cola, orgulloso, pero su dueño lo ignoró.
Al día siguiente el diario local cabeceó a ocho columnas sobre borrosas fotografías: “Era ella, la encontró Pirata”.
***
Mara soñó que volaba. El viento hacía ondular paredes verdes debajo de ella, como un mar vegetal agitado, y alcanzaba la noche y luego el día conforme su vuelo iba extendiéndose. Luego se remontó sobre el mar y la tierra firme y los bosques y los desiertos. Ascendió por el firmamento y bajó en picada como una saeta. Volvió a subir muy alto y ahora descendió a una velocidad aletargada.
Miró leopardos que irrumpían en el templo, bebían hasta la última gota los cálices del sacrificio y su acción se volvía parte del ritual. Miró cuervos afirmando que un solo cuervo podría destruir los cielos, aunque los cielos significaran la imposibilidad de los cuervos. Miró perros de caza jugando en el patio, pero sin dejar escapar a las liebres veloces. Miró la elección entre reyes y correos de reyes y los tantos que por infantiles prefirieron ser correos y su aburrimiento insensato al cabo del tiempo. Todo eso estaba en Kafka.
Siguió dormida, ahora sin sueños. Morando en la condición de conciencia más profunda, la del sustrato del ser. No percibió a Camila yaciendo a su lado.
(Fragmentos de la novela Hormiguero que próximamente será publicada por El tapiz del Unicornio.)

Deja un comentario