“Acaso lector de Montaigne, Satie siguió los métodos del ensayista en su torre. Como los animales, borró su rastro fuera de su guarida (“Escóndete, o no te enterarás de nada”, advierte un consejo sibilino). Dejó de importarle lo que el mundo hablara de él para atender cómo hablar consigo mismo. Se retiró a su interior pero antes se preparó para recibirse a sí mismo, pues no puede conseguirlo quien no sabe gobernarse. Ya había fallado en compañía, así que ahora no quería hacerlo en soledad”.
