“Nuestro vicio eran las epifanías, que a diario, después de las dos, cruzaban por las caricias obscenas de nuestras manos inmóviles, imaginarias, entrenadas para no saber cómo se desabrochaba una blusa de secundaria, cómo se daba un beso donde el alma se hiciera líquida, cómo se abrían las cerraduras del altar mayor”.
