Administración de los males públicos
Jorge Pech Casanova
El 9 de junio de este año, Mariam Abu Daqqa, con tan sólo dos años de edad, murió de desnutrición en la unidad de maternidad del hospital de Jan Yunis, en el sur de la Franja de Gaza. En esa zona, informan los medios de comunicación, miles de niñas y niños sufren desnutrición debido a la hambruna provocada por las restricciones de ayuda humanitaria impuestas por el ejército de Israel en los cruces hacia el reducto palestino.
Dos meses después, el 25 de agosto, Mariam Abu Daqqa, fotoperiodista, murió asesinada a sus 33 años de edad por el doble bombardeo que cometieron fuerzas de ocupación israelíes contra el hospital Nasser en Jan Yunis. Además de 15 trabajadores de la salud y Mariam, en ese artero doble ataque fueron también asesinados otros cuatro periodistas: Hossam al Masri, Moaz Abu Taha, Mohamad Salama y Ahmed Abu Aziz.
Lo escrito en los párrafos iniciales no es un error ni un descuido en la redacción. La bebé Mariam Abu Daqqa y la joven adulta Mariam Abu Daqqa murieron, con dos meses de diferencia, víctimas del genocidio que Israel comete en la franja de Gaza y, con particular intensidad en estos últimos meses, en la ciudad de Jan Yunis.
No es inusual que algunas personas tengan el mismo nombre, sobre todo en culturas con una fuerte definición patriarcal. En árabe, muchos nombres contienen el patronímico Abu, que significa “padre”, y lo llevan incontables personas en los países que hablan ese idioma, incluyendo a Palestina.
Así sucede, por ejemplo, con el nombre Mariam Abu Daqqa, nacida en 1951, que ha aparecido extensamente en noticias y redes sociales debido a que lo llevaron dos mujeres sacrificadas por el genocidio en Gaza, y aún lo porta con determinación una veterana activista por los derechos humanos que, a sus 72 años de edad, fue violentamente detenida en 2023 en París por pedir el cese del genocidio cometido por Israel en Palestina.
La estadística fatal que incluye a la bebé Mariam y a la joven adulta Mariam, así como a otras 55 mil personas, es uno de los principales motivos de denuncia que la sobreviviente Mariam, ahora a sus 74 años, manifiesta en sus intervenciones públicas.
En 1967, durante la Guerra de los Seis Días entre Palestina e Israel, Mariam se presentó como voluntaria al ejército palestino. No la aceptaron, por su edad, pero no tardó en incorporarse a la resistencia. Hecha prisionera después de un combate, fue desterrada a Jordania, donde se unió a otra milicia. A sus 31 años de edad, en 1982, participó en la Guerra del Líbano.
Mientras estuvo en el exilio, Mariam se preparó para algo más que la lucha armada: estudió, se doctoró en filosofía, se convirtió en periodista. Entre sus numerosos artículos, partiendo de sus experiencias como adolescente prisionera de guerra, difundió los efectos físicos y psicológicos de la tortura a largo plazo en las excarceladas y el impacto psicológico y social de los tormentos en las prisioneras.
Abu Daqqa también es autora de libros como Palestinas liberadas: prisioneras entre la realidad y las esperanzas y La participación política de las mujeres en Palestina. En varias conferencias internacionales abogó por presos y prisioneras políticas de su nación. Aunque el sionismo israelí obligó a Mariam a abandonar todo lo que amaba en Palestina, ha continuado siendo una voz de su pueblo ante el mundo, pese a todas las persecuciones.
En tanto la Mariam Abu Daqqa nacida en 1951 prosigue su activismo por el pueblo palestino, la fotógrafa del mismo nombre que nació en 1992 hace mucho que había cobrado conciencia del riesgo que su vida corría al informar in situ sobre el genocidio que los sionistas cometen en Palestina. Poco antes de morir escribió una carta a su hijo Gaith para despedirse. Al morir la fotoperiodista, sus colegas recuperaron ese mensaje y lo difundieron en redes sociales. Dice la carta:
“Ghaith, eres el corazón y el alma de tu madre. Les pido que oren por mí y no lloren, para que pueda descansar en paz. Hazme sentir orgullosa trabajando duro, teniendo éxito en tus estudios y convirtiéndote en un joven capaz y exitoso. Esfuérzate por forjarte un futuro y convertirte en un hombre respetado. Querido hijo mío, nunca me olvides. Todo lo que hice fue para verte feliz y realizado. Y cuando llegue el momento en que te cases y tengas una hija, por favor llámala Mariam, como yo. Eres mi amor, mi fuerza, mi orgullo y mi alegría. Sé siempre digno y que tus acciones honren mi memoria. Lo más importante, Ghaith: nunca descuides tus oraciones. Tus oraciones son tu fuerza. Con todo mi amor, tu madre, Mariam.”
El lunes 25 de agosto de 2025 el hospital Nasser de Jan Yunis recibió el impacto de un bombardeo hacia las diez de la mañana. Había pacientes y médicos en la instalación, entre quienes cundió el caos y el pánico. Un médico británico que estaba ese día atendiendo en la clínica, relató que diez minutos más tarde, mientras el equipo hospitalario trataba de organizar la evacuación, un segundo estallido sacudió el edificio. Era otro misil que golpeó al sanatorio en sus salas de emergencias, de resguardo de pacientes y de cirugías. El bombardeo dañó inclusive la escalera de emergencia.
La BBC informó en una nota que la televisora Al Ghad estaba transmitiendo en vivo cómo varios trabajadores de emergencias trataban de responder al siniestro, mientras un grupo de periodistas grababan y fotografiaban sus esfuerzos desde una escalinata trasera. Al minuto señalado por el médico inglés, la transmisión mostró cómo estallaba el lugar donde estaban los trabajadores y los periodistas, lanzando escombros y humaredas al aire. Luego se pudo percibir un cuerpo entre las ruinas.
Otra grabación inmediatamente posterior mostró cuerpos regados entre los restos de la escalera y a médicos que trataban de atender a las víctimas, entre las cuales apareció Mariam Abu Daqqa, ya sin vida. Una grabación más mostró a un médico en la entrada principal del sanatorio, sosteniendo en sus manos ropas ensangrentadas ante las cámaras, cuando otra explosión hizo correr a todos en busca de refugio.
La crueldad y cobardía que exhibe este ataque a un hospital donde se atendía a civiles, es una muestra más de la brutalidad genocida del régimen de Netanyahu. Ante la evidente violación a todas las leyes y convenciones militares, el primer ministro sionista se limitó a “lamentar la equivocación” y ofrecer una “investigación a fondo” del operativo que asesinó a 21 civiles y destruyó una instalación médica.
Mientras tanto, la muerte se extiende a diario sobre Gaza y nuevas atrocidades seguramente continuarán ocurriendo en ese territorio, que no es “tierra de nadie” sino la herencia de un pueblo que lo ocupó pacíficamente durante milenios. Hoy, ese pueblo es masacrado por potencias perversas para convertir sus heredades centenarias en el trofeo de un imperio bicéfalo. No importa que las cabezas seniles y monstruosas conductoras de ese maligno binomio, por su obsceno peso, caerán antes de que termine esta década ominosa.

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