Tres copistas

El laberinto del mundo

Por José Antonio Lugo

I. Herman Melville

Fue un enorme escritor, autor de dos obras memorables. Asombra lo distintas que son. El capitán Ahab, a bordo del ballenero Pequoud, y con el contramestre Starbuck a bordo –de allí el nombre del brebaje– enloquece y se autodestruye en su lucha contra Moby Dick, encarnación del mal, en la novela del mismo nombre. Después vendría Bartleby, el escribiente, la historia del copista que un día decidió pronunciar una frase hoy icónica: «Preferiría no hacerlo». Tomó la decisión de ya no seguir con su trabajo de copista. De hecho, decidió no hacer nada de allí en adelante. Bartleby es «primo» literario del personaje de El mal del ímpetu, de Iván Goncharov, que prefiere no hacer nada mientras ve cómo los demás se mueven enloquecidos y sufren todo tipo de percances. Pero Nikon Ustínovich no era copista y si no se movía era por una absoluta pereza, de modo que lo dejamos en paz y pasamos a saludar a dos copistas geniales.

II. Bouvard y Pécuchet 

Seguimos con el gran Flaubert, de quien hemos revisado su enorme correspondencia aquí en Morfemacero. Es fascinante asomarse a las obras menos conocidas de un artista mayor, porque nos pueden dar luz sobre el autor y la totalidad de su obra.

       El gigante normando emprendió la aventura de esta su última novela después de haber escrito sus obras más importantes: Madame Bovary, Salambó, La educación sentimental y Tres cuentos

       Es la historia de dos copistas, Bouvard –nombre que recuerda un poco a Bovary– y Pécuchet. Se encuentran por azar y se vuelven amigos inseparables, almas gemelas. 

      Bouvard recibe una cuantiosa herencia que le permite abandonar su trabajo y le ofrece a Pécuchet que lo acompañe en la aventura de la amistad y el conocimiento, de modo que él también dimite.

      Los dos copistas deciden, a contrario sensu de Bartleby, elegir la acción y por tanto inician todo tipo de empresas, lo que hacen no sin antes documentarse al máximo. No hay aventura que emprendan que no termine en un rotundo fracaso. Todas las ciencias, todas las artes, la literatura, el espiritismo, la religión, la pedagogía y la alquimia son sólo algunos de sus campos de estudio. No se sabe a ciencia cierta si no tienen éxito porque son unos pelmazos que no dan una o porque el conocimiento es algo tan dúctil y evanescente, una narrativa, que no es sorprendente que no alcancen las metas que se proponen. Han leído todo y… «todas esas lecturas les habían trastornado el cerebro».

     Recordemos que Flaubert fue un gran lector de Don Quijote. El genial personaje de Cervantes fue, como sabemos, un gran lector de las novelas de caballería. Y Emma Bovary leía las novelas rosas de su tiempo. La lectura trastorna, nos recuerda Flaubert.

     Bouvard y Pécuchet tratan de hacer producir vegetales en la granja; fracasan. Criar animales, fracasan. Ser médicos y geólogos; fracasan. Volverse historiadores, pero… «para juzgar los hechos imparcialmente, hubiera sido necesario leer todas las historias, todas las memorias, todos los periódicos y todas las obras manuscritas, ya que de una pequeña omisión puede depender un error que lleva a otro, y así sucesivamente».

     Bouvard y Pécuchet leen todo –como Flaubert, que leyó miles de volúmenes para escribir esta novela–. Al final, no saben qué hacer, como Panurgo en Rabelais y como Cándido en Voltaire. Incluso «llegaron a la conclusión de que la sintaxis es una fantasía y la gramática una ilusión». 

     Analizan la democracia: «Bouvard y Pécuchet estudiaron el problema del sufragio universal. Si pertenece a todo el mundo, no puede ser inteligente. Un ambicioso lo manipulará siempre, los demás obedecerán como un rebaño, ya que los electores ni siquiera están obligados a saber leer; razón por la cual, según Pécuchet, había habido tantos fraudes en las elecciones presidenciales». (No olvidemos que esta obra fue publicada en 1881, hace 143 años). 

     Les había ido tan mal que «ya no estudiaban por temor a las decepciones». Entonces incursionaron en el magnetismo y de allí en el espiritismo y el entonces de moda Allan Kardec.

    Incursionaron en la literatura, la filosofía y la religión; fracasaron. 

    Decidieron suicidarse; no lo lograron. Se enamoraron e intentaron Bouvard casarse y Pécuchet tener una querida; no hubo éxito. 

III. De vuelta al escritorio

La novela quedó inconclusa, pero conservamos los apuntes de Flaubert sobre el final:

     «Todo se ha deshecho entre sus manos. Ya no tienen ningún interés en la vida. Una feliz idea, alimentada en secreto por los dos. La disimulan. Pero de vez en cuando, al recordarla, sonríen. Hasta que se la comunican simultáneamente: copiar.

    Confección de un escritorio de doble pupitre. Se dirigen a un carpintero. Gorju, que ha oído hablar de la innovación, les propone hacérselo. Compran libros, lápices, goma de pegar, raspadores, etc.

     Se ponen a copiar».

     Al principio de la novela, Bouvard y Pécuchet prefirieron ya no ser copistas. Lo intentaron todo, fracasaron en todo. Al final, decidieron ya no seguir aprendiendo e intentando. Prefirieron regresar al pupitre, a copiar, quizá ahora con la sabiduría de un maestro zen que encuentra en la actividad más humilde una sabiduría profunda y sin estridencias. 

IV. El Diccionario de las ideas recibidas

Flaubert comenzó este pequeño diccionario, del que tenemos apenas un fragmento, porque la muerte del escritor interrumpió el proyecto.

     Las definiciones son aforismos y gracejadas, que nos recuerdan su gran sentido del humor. Veamos algunas:

CHATEAUBRIAND: «Conocido sobre todo por el bistec que lleva su nombre».

CAMARERA: «Más bonitas que sus amas. Conocen todos sus secretos y los traicionan. Siepre deshonradas por el hijo de la casa». 

CRUCIFIJO: «Queda bien en una alcoba y en la guillotina».

HARÉN: «Sueño de todo colegial». 

LIBRO: «Sea el que sea, demasiado largo». 

MÉXICO: «La guerra de México fue el más bello pensamiento del reinado [de Napoleón III ], según Rouher» [Ministro de Justicia del Segundo Imperio].  

QUESO: «Citar el aforismo de Brillat-Savarin: Una comida sin queso es una bella a la que le falta un ojo».

     Milán Kundera cita a Flaubert en su discurso al recibir el Premio Jerusalén, señalando que para el escritor francés… «la estupidez es la falta de reflexión sobre los lugares comunes».

     Por esa falta de reflexión, Homais y Bournisien, los personajes idiotas de Madame Bovary, así como Bouvard y Pécuchet y buena parte de los personajes de la obra de Flaubert, pueden ser vistos como estúpidos. Le importaba tanto la idiotez humana que le consagró su última novela y el proyecto del diccionario. 

     Vale la pena leerlos y reírnos con él, tanto de su lucidez como de su sentido del humor. 

Deja un comentario

Un sitio web WordPress.com.

Subir ↑