La crítica de los muertos

Administración de los males públicos

Jorge Pech Casanova

El anti intelectualismo de la derecha internacional se acentúa en México, donde la derecha hace mucho que dejó de leer, ocupada en observar con detalle los métodos de la televisión para enmendar a la niñez y la juventud.

Carlos Monsiváis, abril de 2006

La autora de frivolidades Guadalupe Loaeza ha causado alharaca entre tirios y troyanos al publicar una carta abierta con reclamos a la candidata presidencial del PRI, PAN y PRD, por sus “debilidades y metidas de pata”. La acusa de “ya no ser chistosa ni ocurrente”, además de que sus atuendos “ya no son tan bonitos y su pelo se ve demasiado corto y oscuro”.

La misma señora frívola, señalada por plagiar textos de Wikipedia, le escribió a la candidata Gálvez el 5 de julio de 2023: “Bendita Xóchitl, apareciste, como la Virgen de Guadalupe, cuando más te necesitábamos”. Ahora le recrimina a la misma por cocinar sin garbo un pavo pues: “nadie quiere a un ama de casa como presidenta”.

A la autora Loaeza los malintencionados la llaman “intelectual de derecha” para burlarse de sus evidentes limitaciones de pensamiento y análisis. ¿Qué habrá sido peor: su alucinada (o drogada) visión de la candidata como divinidad, o sus racistas, clasistas y nada inteligentes reclamos a la menguada aspirante presidencial?

Si la “ñora bien” Loaeza representa la escasez de pensamiento en la derecha de México, tal defecto de la inteligencia en este sector no es privativo de opinadoras fútiles como la autora de Compro, luego existo. Dado que el odio y la pura contrariedad guían los argumentos de la derecha en asuntos públicos, hasta intelectuales y científicos naufragan en el desatino cuando presentan alegatos contra su odiado enemigo: el pueblo mexicano, al cual desprecian, repudian y zahieren con quejas.

Un ejemplo de este extremo odio lo dio con ahínco el divulgador científico Luis González de Alba. Sobreviviente de la matanza de Tlatelolco, fue periodista y escribió Los días y los años, testimonio doliente de la represión que desató el gobierno mexicano contra los estudiantes en 1968. González de Alba incluyó en su libro estos pasajes:

“Desde el edificio Chihuahua veíamos la plaza convulsionada por corrientes que se golpeaban contra bordes invisibles y formaban remolinos en el centro. Entre las voces y gritos empezaron a escucharse claramente los disparos: venían de la parte posterior del Chihuahua. ¡Se acercan por abajo!, pensé. Al mirar frente a mí, a lo lejos, hacia el fondo de la plaza, vi que el puente de acceso estaba ocupado por el ejército a todo lo largo. Estábamos totalmente cercados y desde los cuatro extremos los soldados avanzaban a bayoneta calada”.

“Otra muchacha que vino un domingo, pasó toda la noche oculta entre un montón de cadáveres. —El suelo estaba empapado de sangre —me dice—. Cuando el fuego era más intenso y no se podía ni levantar la cabeza nos cubríamos con los cuerpos de los muertos; la plaza es completamente lisa, ¿te imaginas?”

Muchos años después de haber padecido las celdas de Lecumberri, donde escribió su libro testimonial, González de Alba se volvió feroz defensor de los gobiernos antidemocráticos emanados de aquel que en su juventud lo persiguió, torturó y encarceló.

Desde 2003 hasta su suicidio en 2016, González de Alba publicó artículos en que vilipendiaba o simplemente maldecía a Andrés Manuel López Obrador por sus políticas. El divulgador de la ciencia consideraba un ultraje el llamado al pueblo con que López Obrador se atrajo seguidores. Así, González pasó del odio contra López a odiar a todo el pueblo.

Un típico artículo odiador de González de Alba fue publicado en Milenio Diario el 4 de junio de 2007: “Al carajo con Frida”, en el cual vomitó estas canalladas:

“Detesto a Frida Kahlo y a su tiempo. No es un odio sin motivos: estoy convencido de que la misma actitud que ha trepado a los altares a una pintora mediocre, obsesionada con su desgracia (¡Dios santo! ¿Por qué no la mató el tranvía?), es la misma que mantiene pobre a México, un país rico en recursos que no tienen ni Corea ni Singapur ni Irlanda: paradigmas de países miserables hace 30 años, que sólo producían oleadas de inmigrantes y hoy son países ricos porque han seguido el camino opuesto al de México”.

¿Qué tiene que ver el arte de Frida Kahlo con la miseria de México o con las economías rapaces de Corea, Singapur e Irlanda? Ninguna fórmula racional alcanza para abarcar la ecuación odiadora de González.

En el mismo artículo González de Alba, por execrar a los indígenas, se permitió un baldón que ni Von Daniken hubiese admitido: “En la escuela nos adoctrinan para asumirnos hijos de los vencidos y no de los vencedores. Y poca gente revisa la doctrina: ¿astronomía maya? Predecían eclipses, pero los atribuían a que una gran serpiente devoraba al sol”.

Enseguida, González reveló la fórmula para ligar la miseria de México con el arte de Kahlo: “Buena parte de ese odioso adoctrinamiento viene de la época de Frida, en que los sindicatos y otras corporaciones integraron la demoledora maquinaria del gobierno y nos enseñaron asistencialismo”.

El nivel de odio requerido para llegar a tal obnubilación es alarmante. Los seguidores de la seudo ciencia descalificadora de González de Alba aún aplauden esos delirios. El caricaturista Paco Calderón con tardía mezquindad reprodujo en la plataforma X (22 de noviembre de 2022), el artículo fanático con el comentario: “Pues no había leído este artículo de Luis González de Alba sobre Frida Kahlo, pero lo disfruté muchísimo y lo suscribo más”.

Y seguidores del caricaturista añadieron insensateces al twit, como Atalanta Sánchez, quien elevó un infantilismo de su progenitor a crítica de arte: “Mi papá creció en Coyoacán, a unas cuadras de Frida. Él nos contaba que él y sus amigos le decían ‘la señora loca’”.

Viendo el nivel analítico de quienes hacen del odio y el desprecio “argumentos”, no puedo sino añorar la época de Frida Kahlo, cuando la izquierda abundó en mentes y talentos deslumbrantes, mientras que la derecha tuvo pensadores tan inteligentes y acuciosos como el escritor Jorge Cuesta, los eruditos sacerdotes Alfonso y Gabriel Méndez Plancarte, el digno abogado Alberto Vázquez del Mercado y aun el no siempre racional José Vasconcelos.

Esos muertos inolvidables —con sus luminosas obras vigentes— se distinguen de los “intelectuales” de derecha, quienes por sus diatribas parecen hoy simplemente muertos del coraje. Y acaso lo están.

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