El todo en uno

Carlos Rubio Rosell

II

A través del conocimiento que nos transmiten manifestaciones como la música, el arte, la poesía y la imaginación simbólica, es posible abandonar la senda del mero análisis y completarnos desde nuestra diversidad para experimentar una conexión más profunda con las energías vitales del mundo. Y cuantas más sensibilidades y formas de conocimiento poseamos, más amplia será nuestra comprensión del universo, por lo que para revitalizar nuestra existencia y nuestras tradiciones particulares, debemos dejar espacio al arte, la belleza, el intelecto rapsódico y las múltiples formas de conocimiento. El filósofo David Fideler sugiere que «necesitamos superar nuestras categorías conceptuales que sujetan nuestra diversidad para experimentar directamente, del modo más íntimo posible, la estructura profunda del mundo».

En este punto es indispensable abrir nuestras mentes para reconocer que al igual que el cosmos, nuestras sociedades, nuestras culturas, son realidades vivas que resultan de entrelazar patrones dinámicos de relación. Pero no como pensaba Platón, «un Todo hecho de muchos todos», sino algo más sutil e intuitivo: muchos todos hechos de un Todo que comparte el Alma del Mundo, la cual sigue un patrón vital de relaciones en el que tienen sus raíces la vida, la belleza y el orden del cosmos.

Así pues, consideremos que para vivir plenamente la diversidad que compone el mundo, hay que partir de la base de que cada uno de nosotros posee una identidad propia, y que esa diferencia define a su vez la diversidad; pero al mismo tiempo, es necesario reconocer las semejanzas, porque este reconocimiento nos conduce a la unidad. El mundo es un entramado, un entretejido armónico de semejanzas y diferencias, como decía Platón al hablar del Alma del Mundo, al que debemos agregar la proporción, que permite integrar polaridades de estabilidad y cambio con orden y armonía.

Se trata de una postura elegante de integración y armonía entre tensiones opuestas que nos convierten finalmente en un cosmos que encarna una belleza superior: la de conformar una cosmópolis, término que viene de muy lejos en el tiempo, pues ya en los albores del período helenístico, los estoicos consideraban que la gente no tenía por qué permanecer en sus pueblos o tribus, y pensaban precisamente en términos de cosmópolis, una idea que expresaba ya una comunidad moral de seres racionales, lo que implicaba en sí una colaboración con los demás y con la sociedad. Para los estoicos, el verdadero florecer de la humanidad dependía de cuánto se implicaba la gente en la cosmópolis. En este sentido, nuestra propia naturaleza interior exige que desarrollemos plenamente nuestros potenciales y vivamos comprometidos con la comunidad mundial de la que formamos parte, nuestra cosmópolis actual. De esta forma, la realización individual, la de la especie humana, la naturaleza y la de todo el proceso cósmico se interrelacionan, superando el problema de cómo gestionar la diversidad, que es ante todo un conjunto de tesoros que debemos proteger.

Séneca sostiene que la primera promesa de la filosofía, en el sentido más amplio de amor por el conocimiento, es un sentido de la participación, de la pertenencia a la humanidad, de nuestra condición de miembros de la sociedad y, en última instancia, del cosmos. 

Dice el pensador Edgar Morin que ser de izquierdas significa tomar elementos de tres fuentes principales, y de una cuarta que suma nuestra conflictiva contemporaneidad: del anarquismo, el individuo libre; del socialismo, una sociedad mejor; del comunismo, una hermandad humana. Estas tres nociones se han separado y opuesto y, para Morin, estas tres nociones deben estar asociadas. Así que propone una cuarta noción que es la de la relación con la naturaleza que nos enseña la ecología.

También dice Morin que no se puede vivir poéticamente todo el tiempo, y que la vida es una lucha entre prosa y poesía. La prosa son las cosas aburridas, las que tienes que aguantar. La poesía es ese estado de encantamiento, de comunión, de disfrute, el que te da el amor por otro, la amistad colectiva, una obra de arte… Cada uno de nosotros debe intentar cultivar la parte poética de la vida porque eso es vivir. Lo otro, considera Morin, es solo supervivencia.

El individualismo moderno ha desarrollado aspectos positivos, como la conquista de la autonomía. Pero también negativos, como el predominio de uno mismo sobre los demás. El ser humano es, por un lado, egocéntrico: debe defenderse, alimentarse y pensar en sí mismo; pero también está abierto a los demás, es comunitario. El egocentrismo debe reducirse al mínimo vital de conservación. Y entonces se abre camino la fraternidad, que es algo capital. 

Asumirnos como parte de un Todo, no nos convierte en partes insignificantes de ese Todo superior, de mayor importancia, que pensado de ese modo nos eclipsa, porque si el Todo está presente en cada parte, nada impide que una parte sea también el Todo, ese Todo que, como escribió el poeta mexicano Octavio Paz, nos resume, pues yo solo soy si soy otro, para ser he de ser otro, los otros todos que nosotros somos.

Así pues, no nos te detengamos. Si hay que descansar, levitemos; si hay que dormir, soñemos; si hay que gozar, amemos; si hay que pensar, podemos volar; si nada ni nadie nos dicen que sí, es posible afirmarnos que ya estamos en el corazón del mundo, donde todos participamos del mismo pensamiento y somos un mismo universo.

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